All language subtitles for The desert hawk 1950 720p BluRay x264.es.lxps

Hace 2000 años,
Persia central yacía indefensa

bajo el talón de hierro de un
tirano, cuya feroz caballería

azotado por toda la
tierra, saqueando, matando,

y llevándose a las jóvenes doncellas

para ser vendidos en el mercado de esclavos de Teherán.

Tal era la suerte del pueblo desesperado,

cuando de repente, de entre
de los yermos arenosos,

cabalgaba Omar, el Halcón del
Halcón del Desierto, un humilde herrero,

pero un valiente Robin Hood que
defendió audazmente su causa,

librar a la tierra del tirano
y de sus feroces jinetes,

y robó el corazón de la
encantadora princesa Scheherazade.

- Abajo, chacales.

Salam al Hamud Pasha,
recaudador real de impuestos

de Su Alteza, el Príncipe
Murad, Señor de Teherán.

- Hablad, bribones, y
dad cuenta de vosotros mismos.

- Pero noble señor, ya he
pagado mis impuestos.

Mira, aquí está mi recibo.

- Una torpe falsificación.

Por eso, pagas el doble.

- Muy noble señor, tened
piedad de mí, soy un pobre hombre.

- Y un perro llorón.

Abrir la mercancía,

que ninguno de estos truhanes
escape en la oscuridad.

Aprovecha ésta.

Alcanzará un buen precio
en el mercado de esclavos de Teherán.

- Ten piedad, ten
piedad, me han robado.

Por la barba del profeta,

- Lo juro.
- Aguanta.

No, no lo hagas.

- Habla perro, que te robaron.

- El Halcón del Desierto, muy noble señor.

Me robó 300 piezas de oro

He recibido para las esclavas

Vendí en el mercado de Barsora.

- El Halcón del Desierto.

¿Dónde estaba, cuándo lo viste?

- Sólo ayer, muy noble señor,

en las colinas de Gida, donde
esperaba la caravana.

- ¿Qué aspecto tenía?

- Ay, nobilísimo señor,
estaba embozado hasta los ojos.

- Tonto.

Escúchame, carroña asquerosa.

Al hombre que me lleva a
este Halcón del Desierto carroñero,

El Príncipe Murad pagará
1.000 piezas de oro.

Piénsalo... 1.000 piezas
de oro, libres de impuestos,

a los que añadiré 100 piezas
mías por la oportunidad

para cruzar espadas con
este chacal llorón.

- Confío, mi noble señor,
que tiene el dinero con usted.

- El Halcón del Desierto.

A él, guardias, cortad la carroña.

- Aquí tienes la oportunidad que buscabas.

- Mis oraciones te seguirán siempre.

- Mientras Murad viva, todos
todos necesitamos oraciones.

- Cuánto tiempo más, oh Halcón del Desierto,

¿vamos a sufrir bajo el
talón de este tirano, Murad?

¿Vamos a ser asesinados y robados para siempre?

- Siempre hay esperanza, amigos míos,

mientras los hombres estén dispuestos
a levantarse contra un opresor.

- ¿Lo has olvidado, oh Señor?

La princesa Scheherezade
ya está en camino

al capitolio para casarse con el tirano.

- Y su padre, el Califa de Bagdad

ha prometido soldados para
sofocar cualquier rebelión.

- Si esto es cierto, el
momento de resistir es ahora.

Venid, subid todos los que vais a cabalgar

con el Halcón del Desierto y librar la tierra

de esta plaga que se hace llamar
Príncipe Murad.

¿Qué sois, hombres o chacales?

- Pero noble Halcón del Desierto,
tus seguidores son muy pocos.

- ¿Y si nos capturan?

Muerte por tortura lenta.

- Muy bien, amigos míos.

Ya que no lucharás,
empaca tus cosas y vete.

Rápidamente, antes de que más del Príncipe Murad

los recaudadores de impuestos te encuentren.

- Y al ver a cualquier viajero

acercándose al Oasis de la Luna,

convocarás a la guardia
por dos ráfagas en tus cuernos.

Monta y cabalga.

¿Alguna otra orden, Excelencia?

- Parece que hemos tomado todas las precauciones

para proteger a Su Alteza, el Capitán Ras.

Pero no descansaré cómodamente

hasta que la haya entregado
a salvo al Príncipe Murad en Teherán.

Además, asegúrese, Capitán
de que ninguno de los hombres

intentar espiar su
arnés mientras se baña.

Qué felicidad, mi princesa.

¿Es la piscina resplandeciente
tras el largo viaje

de Bagdad, o es...

- O es porque o es porque pronto,

¿te casarás con el Príncipe Murad?

- Desgraciado insolente.

- He oído que es alto y muy guapo.

- Romántico y tierno.

- Si el Príncipe Murad carece
alguna de esas cualidades,

no habrá matrimonio.

- Es usted muy afortunada, milady,

tener un padre tan indulgente.

- Tengo su promesa de que nunca me casaré

un hombre al que no podía amar.

- Guardias, guardias.
- Llamaron a los guardias.

Rápido, mi señora, los extraños se acercan.

- Dibuja cimitarras.

La princesa Sherezade descansa
en el Oasis de la Luna,

y nadie se acercará
sin inspección.

- Bien visto, Capitán.

Soy el Príncipe Murad, Señor de Teherán,

venga a su alteza cuarto a mi palacio.

- Adelante, Alteza, y bienvenido.

- Adelante.

Su Alteza el Príncipe Murad, Señor de Teherán.

- Ahmed Bey, a su
servicio, Su Alteza.

Rezar este monte, y refrescarnos.

Informaré a la princesa Scheherazade
informada de su llegada.

- Que el hombre alimente y dé de beber a los caballos.

Y sé que tratarás a los soldados

de Su Alteza con su cortesía habitual.

- Con más de mi cortesía habitual.

- Una hogaza de pan, una jarra de vino.

Serían de lo más refrescantes.

- Sinbad, debemos tratar a los soldados

de Su Alteza con el, con el,

- Aladino, sabes que puedes contar conmigo.

- Oh, mi señora, mi señora,
es el Príncipe Murad.

Y aunque no vi su cara,

es alto y está espléndidamente vestido.

Y su voz, es suave
y llena de risa.

- Y sin duda tiene feos
dientes y verrugas en la nariz.

Aún así, trae mi túnica más rica, mis rubíes,

y el nardo del Indostán.

- Todo lo que tienes que hacer, amigo Mokar,

es elegir la taza en la que el guisante
está debajo, y yo pagaré.

Mira la taza dice que pasan,

y pronto, una fortuna amasarás.

- Es un juego de niños.

¿Lo veis?

Me gusta tu juego tonto, amigo Aladino,

pero hagamos que valga la pena.

¿Digamos cinco piezas de oro para empezar?

- Soy un hombre pobre, pero
como tú soy mi amigo,

cinco piezas de oro para empezar.

Y ahora, amigo Mokar, veremos

si la fortuna aún te sonríe.

- Una espada noble, Capitán.

- Y templado en Damasco por Agrippo,

el forjador de grandes espadas.

- Verdaderamente una buena posesión.

¿Y estos cofres que guardas tan de cerca?

- Contienen la dote de
la princesa Scheherazade,

de la que todos deben mantenerse a distancia.

- Tesoro, sé de otro tesoro,

el rescate de un rey en oro,
plata y esmeraldas,

pero a dos días de viaje de Bagdad.

- Entonces, ¿por qué no vas a buscarlo?

- Ay, estoy atado al servicio de mi amo

durante 10 años más, y para entonces,

pero quizás un hombre honorable

como si me lo fueras a conseguir.

Comparte y comparte por igual.

- ¿Y cómo encontraría su vasto tesoro?

- Con esto.

Pero primero, Capitán, una muestra de buena fe.

Alguna cantidad insignificante como
como 10 piezas de oro, ¿eh?

- ¿Tan insignificante?

- Pensé en un gran
hombre como el Capitán.

- Como usted dice, la cantidad
tiene poca importancia.

- Guarda bien este mapa, no
no hay otro igual.

- Todo depende de
si la mano es más rápida

que el ojo, el halcón
más veloz que el halcón,

o el cerebro más poderoso que la espada.

- ¿Y qué hay de este problemático pícaro

que llaman el Halcón del Desierto?

- Es en gran parte por su
cuenta que estoy aquí,

para dar a la princesa una escolta segura.

Es un tipo fabuloso.

- Pero cuando los soldados del Califa llegan,

podrás
hacer un trabajo corto con él.

- ¿Y cuándo voy a recibir a estos soldados?

- Tan pronto como te cases, por supuesto.

- Por supuesto.

- Su Alteza.

Su Alteza, el Príncipe
Murad, Señor de Teherán.

- Su obediente servidor.

Su Alteza
ha venido a protegerte

de un posible ataque del Halcón del Desierto.

- ¿Es tan peligroso este chacal?

- No mientras yo esté aquí.

¿Y quién podría arriesgarse
la pérdida de una joya tan rara?

- Usted es un justo hablado, Príncipe Murad.

- ¿Qué hombre podría ser sino de lengua de plata

en presencia de una belleza tan inestimable?

- Y también poeta.

- ¿Habías esperado encontrarte con algún

¿Bárbaro grosero, mi princesa?

- Sólo había oído que eras guapo.

- Y estás decepcionado.

- ¿Yo dije eso?

También he oído que en su
harén se encuentran

muchas de las flores más bellas de todo el Islam.

- Un pensamiento agradable, pero
ay, no tengo harén.

- ¿Un príncipe y sin harén?

Algo así es inaudito.

- Está escrito en el Corán que un hombre

que conoce demasiados amores
puede que nunca aprecie uno.

- El hombre que sigue ese consejo

tendrá su elección de amores.

- Si eso es cierto, entonces
tengo mucho que decir.

Y entonces, soñé un
sueño, y en ese sueño,

Te conocí aquí y nos enamoramos,

se casaron el mismo día.

Entonces, te sostuve en mis brazos.

- Mi Señor se olvida.

Esto era sólo un sueño.

- Pero, ¿es necesario?

Tengo un hombre santo conmigo.

Si dijeras la palabra
este sueño podría hacerse realidad.

- No hay precedentes
para una acción como ésta.

- Tampoco hay precedentes
de una belleza como la tuya.

El sol, la luna, las estrellas,
se desvanecen ante tus encantos.

Y yo también.

- Alabado sea Dios, el
Señor de todas las criaturas.

El Más Misericordioso, el Rey
del Día del Juicio Final.

A Ti adoramos y
Te pedimos ayuda.

Dirige a estos dos de la manera correcta,

en el camino de aquellos a quienes
Tú has sido misericordioso,

no de aquellos contra
contra los que te indignas,

o de los que se extravían.

Entonces su unión será de amor

los unos por los otros y por toda la humanidad.

Amén.

- A Alá pongo por testigo,
juro solemnemente

para apreciar a la princesa
Scheherazade por encima de todas las mujeres.

Y protegerla con
mi espada y con mi vida.

- Sigue durmiendo.

Ella duerme, pero el príncipe no está.

Mi señora, mi señora.

Mi señora.

- ¿Dónde...?

- Tal vez Su Alteza
se fue a dar un paseo temprano.

- Eres feliz, mi señora,

y no te arrepientes de tu apresurado matrimonio?

Una pregunta innecesaria.

¿Desea
levantarse ahora, Su Alteza?

El agua
de la piscina está muy caliente.

- Creo que me quedaré en cama un rato.

- Alguien se acerca.

- Mi marido.

Mi bata, rápido.

Prepara mi baño.

Deprisa, deprisa.

- Despierta a esos perros dormidos, Yussef.

- Parecen estar drogados.

- ¿Palabras pueden, extraños?

- Atrápalo, Yussef.

- ¡Guardias, guardias!

- Cállate, tonto.

Informe a Su Alteza la Princesa Scheherazade

que el Príncipe Murad, Señor de
Teherán, desea una audiencia.

- Príncipe Murad.

Su Excelencia, Su Excelencia.

- Oh mi mano, mi boca.

Me temo, Excelencia, que el vino

que bebimos anoche estaba drogado.

- ¿Y Su Alteza?

Todo lo que sé, Excelencia, es que fuera,

una persona noble exige
audiencia con Su Alteza

y afirma que es el verdadero Príncipe Murad.

- Tonto.

- ¿Pero cómo iba a saberlo, Alteza?

Sus hombres llevaban el atuendo
de la Casa de Murad,

y llevaban en su estandarte real.

- ¿Por qué me llaman con tanta prisa?

- Su Alteza, ha habido
ha habido un grave error.

Aquí está el verdadero Príncipe Murad.

- No estoy de humor para bromas.

- No es una broma, Su Alteza.

Algún impostor se ha aprovechado
de su hospitalidad,

- Su Excelencia, todos los
cofres del tesoro han desaparecido.

- ¿Qué aspecto tiene el chacal?

- De tu altura, bien afeitado,

- ¿Dónde conseguiste esta pulsera?

- Fue un regalo del hombre

que se hacía llamar Príncipe Murad.

- Lleva el emblema del Halcón del Desierto.

¿Dónde está?

- Cuando me desperté esta
mañana, se había ido.

- ¿Cuando despertaste?

- Anoche, Su Alteza
se casó con este impostor...

- Tonto, tonto, indecible...

- Suficiente.

Olvidas que estás en presencia

de la princesa Scheherazade,

hija del poderoso Califa de Bagdad.

Ve, tráeme la
cabeza de este charlatán,

no sea que mi padre envíe sus tropas contra ti

por permitir tal
ultraje en su reino.

- La mente de una mujer varía
más que los vientos del desierto.

- Akbar, toma dos hombres
y ven aquí.

Si la princesa envía mensajeros

al Califa, disponer de ellos.

Capitán Yussef, tráigame
la cabeza del Halcón del Desierto,

y un tercio del tesoro es tuyo.

- Cargado de
tesoro, Su Alteza,

no puede viajar muy lejos.

Esta vez, no escapará.

Nuestra encantadora princesa trajo
una dote igualmente encantadora.

- ¿Alguna vez viste tanto oro, Omar?

- Que se utilizará sólo para
librar a la tierra del Príncipe Murad.

- Ahora, ¿cómo supones
que llegó allí?

- Ayúdale a recogerlos y empaquetarlos,

y vigilarlo de cerca.

- Que lo haré.

Ladrón miserable.

- Ladrón miserable, ¿eh?

- Tú esconderás el
tesoro a salvo, Santo.

- Estará seguro en
el Pozo del Silencio,

hasta que sus seguidores lo necesiten.

- La fortuna nos ha sonreído.

- Te ayudé a impedir que el Príncipe Murad

de recibir refuerzos
del Califa.

Pero hijo mío, a los ojos de Alá,

estás verdaderamente casado con la princesa.

- Puedo pensar en peores
calamidades, Santo.

- Un plebeyo entró en
una princesa con engaños.

Por esto, hijo mío, la pena es la muerte.

- Omar.

Omar.

Los soldados del Príncipe Murad se acercan.

- Monta y cabalga.

Aladino, Simbad, nos vemos en
el mercado mañana.

Santo, cabalga hacia el sur,
intentaré darles.

- Mira.

- Mil piezas de oro
al hombre que lo derribe.

Circule y córtele el paso.

Después de él, después de él.

- Aref, cabalga a Bagdad a toda velocidad

y entregar este despacho
a Su Eminencia, el Califa.

- Con Murad y mi
padre se unieron contra él,

veremos lo alto y
puede volar este halcón.

- Ningún castigo es
suficiente para su insolencia.

- Arriesgar tanto por
amor no es insolencia.

Coraje es una palabra mejor.

- ¿Por qué sigues defendiendo
a esta maldita hiena?

- Es su marido, mi señora.

- Marido sólo de nombre.

Y vivo sólo, hasta que mi
padre reciba mi mensaje

y envía a sus mejores guerreros
para vengarse de él.

- Un jinete se acerca llevando
el atuendo del Califa.

- Tanto peor para él.

- Bienvenido, Príncipe Murad.

- Bienvenido al Palacio

de las Mil Delicias, Alteza.

Reza, siéntate.

¿Tomar un refrigerio?

- Tu ojo para la belleza no
se oscurece con la edad, Kibar.

- Tampoco mi ingenio, Alteza.

Me dicen que no viniste
al Señor de los Asesinos

para contemplar la rara belleza,
sino para lucrarse, como siempre.

- De los cuales exigirá
tu mitad, como siempre.

Hay un pequeño asunto

sobre la princesa Scheherazade,

hija del Califa de Bagdad.

- Lo que usted me diga, Alteza,

sugiere que desee
a la princesa Scheherazade

para ser, digamos, eliminado.

- Exactamente, pero el crimen debe
ser atribuido al Halcón del Desierto.

- Así, el Califa, que habría enviado

sus tropas contra ti...

- En su lugar se uniría a mí, y juntos,

acabaremos con este canalla imprudente.

- ¿Y la recompensa por
silenciar a la princesa?

- 1.000 piezas de oro.

- 2,000.

- Eso es un robo.

- En lo que ambos nos complacemos, Su Alteza.

- De acuerdo.

Pero haz tu trabajo con rapidez.

- Oír es obedecer, Alteza.

- Deseas que cuide

del asunto de la princesa, maestro?

- Con una pequeña alteración, Samad.

Usted se encargará de que aparezca

que la princesa ha sido asesinada,

pero me la traerás
aquí, ilesa.

- Pero, maestro,

- El Príncipe Murad se cansa de
de dividir el botín conmigo.

Al mando de los soldados del Califa,

después de eliminar el Desert
Hawk, podría estar tentado...

- Tenga la tentación de quitar el
Señor de los Asesinos, también.

- Estás mejorando, Samad.

Con la princesa como invitada,
ese peligro desaparecerá.

Y luego, ¿quién sabe?

La princesa puede ser de lo más seductora.

- Sé en quién piensa mi princesa.

- Creo que sólo que para mañana por la mañana,

llegarán los soldados de mi padre.

- Pero cuando lo hagan, no lo harás,

- Parece que nuestra pequeña Yasmin

ha perdido su corazón por este impostor.

- Impostor, charlatán, no me importa.

Pero estar en los brazos del Halcón del Desierto

sería el cielo, de hecho.

- A menos que su ingenio sea más torpe de lo que creo,

sus brazos están lejos esta noche.

- Sobre todo, mantened la cara cubierta.

La señal debería oírse en cualquier momento.

- Guardias, cambio.

Guardias, cambio.

Adelante.

- Mi señora, mi señora.

Es tu marido, ha vuelto a por ti.

- ¿Todavía deseas estar en sus brazos?

- Oh, Su Alteza, si
si eso fuera posible.

- Entonces cámbiate de ropa
conmigo, y tu lo harás.

Pero date prisa.

- No, no, no entrarás aquí.

- Atrápenlos, rápido.

- Guardias, los guardias nos protegen.

Descubrirás que cometiste un grave error.

- Suéltame, suéltame.

Suéltame.

- ¿Y bien?

- Seguimos las huellas del Halcón del Desierto

a un terreno pedregoso y los perdió.

Los hombres se están extendiendo
por el desierto.

- Hombres heridos.

En el nombre de Alá, ¿cómo ocurrió esto?

- El Halcón del Desierto y sus seguidores

nos atacó, Su Alteza.

La princesa Sherezade

ha sido secuestrado y, me temo, asesinado.

Su tocado es...

- ¿Por qué no defendiste a la princesa?

- Yo y mis guardias fuimos atraídos
a la cabeza del barranco

por engaño, Su Alteza, lo juro.

- Por supuesto.

Yussef.

Así es como trato con
cobardes llorones.

Akbar, cabalga a Bagdad.

Informe al Califa que el Halcón del Desierto

ha atacado la caravana de la princesa,

pero sus guardaespaldas
huyeron, y ella fue asesinada.

Implórele que envíe soldados
para ayudarme a cazar

el Halcón del Desierto y vengar a la princesa.

Da de beber a los caballos, rápido.

- Suéltame, suéltame.

- Mis humildes disculpas por el retraso.

- Tú no eres el Halcón del Desierto.

- Eso parece.

- ¿Quién eres?

Respóndeme.

- Una paloma bonita, pero demasiado curiosa.

Bakú.

Mantén una lengua civilizada en tu cabeza,

o te abriré la espalda de un latigazo.

- Cuando mi padre se entere de...

- No, no, recuerda,
sólo eres una sierva.

- Entrega a estas tres siervas

a Abdul, el traficante de esclavos de Teherán.

Adviértele que esperaré los mejores precios.

- Te lo prohíbo.

No me privarás
de mis siervas.

- Hay muchas siervas
esperándole, Su Alteza.

- ¿Adónde me llevas?

- Al Palacio de las Mil Delicias,

y mi amo, Kibar.

- Contemplad, mis amos,
esta magnífica ofrenda

desde la lejana Pasargadae.

Una verdadera moza lujuriosa, mis amos.

Un buen trabajador y una disposición agradable.

Vamos, mis amos, ¿qué se me pide?

Mira lo que obtienes por tu dinero.

- 12 piezas de oro.

- 14 piezas de oro.

¿Por qué, mis
amos, seguro que bromeáis.

Esta hermosa doncella ha sido
traída desde la lejana Pasargadae.

- El rescate de un rey en
oro y piedras preciosas.

- ¿Que compartiremos, amigo Sinbad?

- Por supuesto, pero primero, una
pequeña muestra de su buena fe.

Una cantidad insignificante como
10 piezas de oro, ¿eh?

- ¿Nueve piezas de oro?

¿Ocho?

- No te olvidaré, amigo Sinbad.

- De eso estoy seguro.

Todo depende de si la
mano es más rápida que el ojo,

el halcón más veloz que el halcón,

y el cerebro más poderoso que la espada.

¿Ha tenido un día próspero?

- Nada, pero está escrito
que habrá tales días.

- ¿Qué trampas has hecho?

- Prácticamente soy un hombre honesto.

- Cuanto más
cara, mayor es la mentira.

Dime, bonita Naga, ¿cuál
de estas es una poción de amor?

- Tampoco, Omar.

Más es la pena.

- Pierdes el tiempo, Naga,
Omar ya está enamorado.

- Con una princesa.

- ¿Una princesa?

- Otro de los famosos
cuentos de hadas, la pequeña Naga.

- No soy tan pequeña, pronto cumpliré 15 años.

- Y ya muy hermosa.

- Atención.

Atención a esta proclamación
de Su Alteza,

Príncipe Murad, Señor de Teherán.

Se ha cometido un delito grave

por un carroñero conocido
sólo como el Halcón del Desierto.

Ha asaltado una caravana
en el Oasis de la Luna

y asesinado a la princesa Scheherazade.

- ¿Scheherazade asesinada?

- De ahí las manos de todos los verdaderos hombres del Islam

se levantará contra
este llamado Halcón del Desierto,

por cuya cabeza pagará Su Alteza

la suma de 5.000 piezas de oro.

- Era tan hermosa, tan,

con Alá como testigo,
no descansaré hasta que...

- Omar.

Bienvenida, oh esbelta.

- Han llegado más esclavas

y necesitan algún ajuste con sus cadenas.

Te traigo el trabajo, si
compartirás los honorarios conmigo.

- Tenga la seguridad de que
recibirás lo que te mereces.

- Abierto.

- 5.000 piezas de oro es una buena suma.

- Sí, pero un valor sólo para los vivos.

¿Qué es lo que tú, herrero,
de 5.000 piezas de oro?

¿Cruzarías cimitarras
con el Halcón del Desierto?

- Dudo que tenga
la suerte de cobrarlo.

- A ti.

Trae al herrero.

Ven, ven.

Puedes empezar con éste.

Tú, eres el siguiente.

- Si valoras tu vida,

me devolverás sana y salva a mi padre.

- Oh, pero seguro.

¿Y tu padre?

- El poderoso Califa de Bagdad,
Soy la princesa Scheherazade.

La princesa Scheherazade
fue asesinada por el Halcón del Desierto.

¿Me tomas por tonto, moza?

- Date prisa.
- Buey hinchado y estúpido.

Soy la princesa Scheherazade.

- A ti.

- Así, un herrero de baja cuna
es el fabuloso Halcón del Desierto.

- Halcón del desierto.

El Halcón del Desierto.

Halcón del desierto, Halcón del desierto.

El Halcón del Desierto.

- El Halcón del Desierto, después de él.

- Cierra la plaza.

- Ahora es el momento para
todos los hombres buenos se vayan.

- ¿Podría interesarte
comprar una buena herrería?

Muy razonable.

- Sólo tengo cinco monedas a mi nombre.

- Vendido, ahora eres herrero.

- Fuera.

Fuera, fuera.

- Cálmate.

Está escrito que la limpieza
está junto a la piedad.

Sí.

- Bienvenido a su nuevo hogar, Alteza.

Confío en que serás muy feliz aquí.

- ¿Por qué me han traído aquí?

- Para salvar su vida, Su Alteza.

El Príncipe Murad había ordenado tu muerte.

- ¿Príncipe Murad?

- Pero yo, como tu amigo...

- Entonces llévame rápido
con mi padre, el Califa.

- No es seguro que viaje

sin escolta, Alteza.

Pero una nota a tu padre
te proporcionará eso.

Mientras tanto, todos
todos tus deseos son órdenes.

- Entonces regresen mis tres siervas.

- Conociendo a Samad, eso
puede no ser tan simple.

Estaban seguros de traer un buen precio

en el mercado de esclavos, maestro.

- Que usted, sin duda,
pretendía entregarme a mí.

Por supuesto.

Parece que es demasiado tarde para
recuperarlos, Su Alteza.

- Pero debes hacerlo, debes hacerlo.

Una princesa no puede ser vendida como esclava.

- ¿Una princesa?

- Fue por orden suya que nos cambiamos de ropa

para engañar al Halcón del Desierto, pero ahora...

- Tonto torpe.

Ve a Teherán, trae
a la verdadera princesa.

Si vuelves a fallar
será muy desafortunado.

- Estoy muy agradecida, mi señor,

porque aquí, sé que la
princesa estará a salvo.

- Muy seguro.

Su presencia garantizará

que me convierta en el amo de Teherán.

Ahora, nobles señores, abran de par en par sus carteras,

porque te ofreceré

la joya más rica de toda Persia.

Contemplad, nobles maestros, la
perfección de este tesoro.

La suave blancura de su frente.

El profundo azul zafiro de sus ojos.

La grácil belleza de su cuerpo.

Vamos, mis amos, ¿qué se me pide?

- Cinco piezas de oro.

- Seis.

- He aquí el noble porte de nuestra cabeza,

la textura de pétalo de rosa de una piel.

Vamos, mis amos, ¿quién
50 piezas de oro?

La distancia da encanto, traficante de esclavos.

Yo inspeccionaría el cabrestante antes de pujar.

- Tus deseos son órdenes.

Acérquese, noble señor.

- No está mal.

Pelo fuerte, cráneo grueso, sin duda.

Silencio, tengo que venir a salvarte.

- ¿Para quién?

- Para mí, por supuesto.

Ah, una oreja bien formada.

Limpio, sin verrugas.

Se lo aseguro, mi noble Lord,

es sin mancha.

- Enséñame los dientes.

Abre la boca, moza.

He visto cosas peores.

- Oh, las inigualables
perlas de blancura de marfil.

- Bueno, ciertamente blancura de marfil.

Pero tráeme a esas dos mozas aquí arriba,

y pujaré por los tres.

- Inmediatamente, noble señor.

- Que Alá te perdone.

- Ahora, mis amos, ¿qué se me ofrece

por estas tres visiones
de deleite supremo?

- 10 piezas de oro.

- 15.

- 20 piezas de oro.

- 25.

- Suficiente, ofrezco 100 piezas de oro.

- Vendido a usted, mi noble señor.

- Seguidme, mozas.

- ¿De dónde has sacado el oro?

- De su más generosa dote, Princesa.

¿Dónde está la pequeña Yasmin?

- Llevado al Palacio
de las Mil Delicias,

un error para mí.

- Omar.

- Kibar ha descubierto su error

y está buscando a la princesa.

Debemos separarnos, para encontrarnos
más tarde en el Pozo del Silencio.

Basta ya de tanto silencio.

¿No agradeces a tu libertador?

- Le damos las gracias

por poner en peligro mi vida
con tus artimañas.

- Es como el dedo que se mueve y escribe,

y habiendo escrito, sigue adelante,

ni toda tu piedad, ni...

- Una plaga para tus rimas, herrero.

¿Por qué me has hecho esto?

- Porque, después de casarse contigo,
Murad recibiría soldados

de tu padre para moler mi
pueblo bajo su talón.

Para evitarlo, tuvimos que
proporcionarte otro marido.

Así que hice el sacrificio.

- ¿Hiciste el sacrificio?

Bárbaro de baja cuna.

- Esa no es forma de dirigirse
a tu amo y señor.

- ¿Maestro?

¿Tú, un herrero asqueroso?

Espera.

No puedes dejarme aquí para que muera de sed.

- Sigue mis huellas y
algún día llegarás al agua.

- Levántame de nuevo en el
silla de montar, inmediatamente.

Recuerda, herrero.
vendrá un día de ajuste de cuentas.

Haré que te desollen vivo
por esto, hervido en aceite,

y tu carne arrojada a los buitres.

Espera.

Espera.

Espera.

- Mi caballo se ha ganado un descanso.

Aquí hay agua, hosco.

Tal vez fui demasiado duro
contigo, princesa.

- No queda lucha en mí.

- Está escrito que un hombre
debe ser amo en su casa,

a pesar de que ama a su
esposa por encima de todas las mujeres.

¿Qué milagro es éste?

Vuelve la princesa arisca
el amor de un herrero?

- Cuyo nombre ni siquiera conoce.

- Me llamo Omar.

- Omar, el Halcón del Desierto.

El rimador, el herrero.

No sé cuál me intriga más.

- Todavía queda el
pequeño asunto de tu padre.

¿Es un hombre razonable?

- En todo, Omar,

aceptando en lo que concierne a su hija.

- Me lo temía.

Tal vez, con el tiempo,

lo entenderá...

Más agua.

- No, es que
me muero de hambre.

- He aprovisionado las alforjas.

- Oh, espera.

Mira Omar, hay fechas exuberantes.

- Que tendrás de inmediato.

Mmm, maduro y sabroso, aquí.

Para, vuelve.

- Ahora te toca
turno de caminar, herrero.

- Para.

- Hace tiempo que deberían haberse hecho.

Tal vez algo
ocurrido a la princesa.

- Un poco domesticado por
amigo Omar, sospecho.

- En lo que es un maestro del pasado.

- No se atrevería.

- Un humilde herrero.

- A los ojos de Alá,
todos los hombres nacen iguales.

- Mira.

Es la princesa.

Estábamos tan preocupados, mi señora.

- Temíamos que te hubiera ocurrido una desgracia.

- ¿Desgracia?

Esa hiena sonriente
me obligó a caminar kilómetros

por las arenas, como un vulgar esclavo.

- Omar es un hombre entre los hombres.

- Ven, mi señora, tenemos
comida y bebida preparada.

- En cuanto haya comido, nos
cabalgamos al Oasis de la Luna

para reunirme con los soldados de mi padre.

- Pero, ¿dónde está Omar?

- Avanzando por la arena, confío.

- Increíble.

- Imperdonable.

- Imperdonable, de hecho.

No puedo esperar hasta que los hombres
lo hagan su prisionero,

y lo azotan mientras avanza
todo el camino hasta Bagdad.

- Así se lo aconsejaré a su marido.

- Cerdo.

Cerdo insolente.

- Será mejor que ensayes un discurso más suave,

si quieres ayuda de Omar.

- No necesito ayuda de un herrero.

- Herrero, tal vez, Su Alteza,

sino un campeón de su pueblo,

que cada día arriesga su vida para
liberarlos de su esclavitud.

- Omar.

Omar.

- Entonces, la princesa buscó
escapar con engaños.

- Te llevaste a la princesa
con usted, noble maestro.

- Ella cuenta una historia diferente.

Pues venga, habla.

¿Cuál de vosotras es la verdadera princesa?

En el Palacio de las Mil Delicias,

hay muchos dispositivos para
ayudarle a encontrar sus lenguas.

- ¿Vas a romper la
ley sagrada del Corán?

Estos esclavos pertenecen a otro.

- Deja de parlotear, viejo.

En el nombre de Alá...

- ¡No!

- Cógelos.

Ahora, mi amo ya no necesita temer

Príncipe Murad, ni el Califa.

Es el Califa de Bagdad, Su Alteza.

Con gran pesar envié
un mensaje a Su Eminencia.

¿Dónde está este chacal asesino,

al que llaman el Halcón del Desierto?

- Huyó a santuario, y
ahora se esconde en una fortaleza

lejos hacia el sur llamado el
Palacio de las Mil Delicias.

Está bajo la protección de
Kibar, señor de los asesinos.

No hice más que esperar a sus
fuerzas antes de atacar,

y poniendo a todos dentro
la fortaleza a la espada.

- Vine por venganza.

Llévame a él.

- Santo, Santo.

- Los asesinos se apoderaron de la princesa.

Ve con Alá.

- ¿Los asesinos?

La llevarán al
Palacio de las Mil Delicias.

- Y Sinbad, también.

Pero, ¿qué podemos hacer?

- Sólo una cosa.

- ¿Por qué rescatar tu vida por ella, Omar?

Ella te trató como
suciedad bajo sus talones.

- Hice un voto solemne para protegerla

con mi espada y mi vida.

- Pero se necesitará un ejército para
rescatarla de esa fortaleza.

- Entonces tú y yo seremos un ejército.

- Traigan a los prisioneros adentro,

y tratarlos con gran cortesía.

El hombre que sospecho que es un
seguidor del Halcón del Desierto.

- Lo has hecho bien, Samad.

Por eso, voy a
pasar por alto su torpeza.

Traedme a los prisioneros.

- Este es el que
se hace llamar Simbad.

- Un hombre honesto, maestro.

- ¿Con esa cara?

- La suya dista mucho de ser tranquilizadora.

Mantén una lengua civilizada en tu cabeza, perro.

- Y cuál de tus encantadoras doncellas

¿es la princesa Scheherazade?

- Soy Undine, una sierva.

- Soy Maznah.

- Y yo soy Yasmin.

- Ya veo.

Había otra sierva,

que también afirmó que no era la princesa.

No se alarme.

La desafortunada chica sufrió
un leve accidente,

que temporalmente le robó
la mente y el habla.

Era encantadora, pero muy testaruda.

Una gran pena.

Ahora decidme, ¿cuál de vosotras es
la princesa Scheherazade?

Lleva a las chicas al calabozo.

Continuaremos nuestra pequeña charla más tarde.

Debo advertir a Gorah.

Aplicar las pestañas es todo un arte,

hasta un punto de ruptura, pero no más allá.

- ¿De dónde vienes?

- De Su Alteza, el Príncipe Murad,

con regalos de vinos raros para tu amo.

Entra.

Un portador de regalos.

- Espera, no sea que provoques una fuga,

y desperdiciar tan precioso néctar.

- Las órdenes del maestro requieren un muestreo.

- Eso lo sé, y como
como ves, estoy preparado.

Mira cómo brilla a la luz de la luna.

La verdad, camellero.

Es un néctar raro.

- No hay nada mejor.

- No acepto la palabra de nadie
sobre la calidad del vino.

- O de mujeres, confío.

Toma, bebe.

Ven, hay suficiente para todos.

- Es bueno para el paladar.

- También es bueno para la barba.

Todos tenían sed.

- Alá está con nosotros.

- Omar, rápido, el cambio de guardia.

- ¿Y bien?

- Están borrachos, capitán.

- No, drogado.

- Asegure todas las puertas.

Por aquí.

- Son Kibar y Samad.

Atúrdelos, pero no los mates.

Los necesitamos como rehenes.

- ¿Qué le trae por aquí?

- Buscamos a un intruso

que drogó a los guardias del patio.

- Encuentra al culpable y tráemelo
al calabozo.

- Mantente en guardia aquí.

Vosotros, los demás, seguidme.

Guardias.

Registren el palacio en busca de un intruso.

Llévenlo al calabozo.

- Pero maestro, ¿quién se atrevería
a entrar en palacio sin ser invitado?

- El único hombre que puede
identificar a la princesa.

- ¿El Halcón del Desierto?

- ¿Cómo puedo decirte lo que no sé?

- Eso lo descubrirás pronto.

- Gorah.

¿Ha hablado?

- Pero pronto.

- Puede esperar.

Tengo un trabajo más interesante para ti.

Gorah está ansioso por demostrar
su dominio del látigo.

Las cicatrices permanecerán siempre,

y, sin embargo, tal desgracia podría evitarse.

Si la princesa Scheherazade
se identificará,

sus dos siervas quedarán libres.

- ¿Por qué quieres a la princesa?

- Para enviar un mensaje a su padre,

advirtiéndole que el Príncipe
Murad ordenó su muerte,

y exigirle que
elimine a este traidor,

en cuyo caso, su muerte

será agradable y bastante indoloro.

- ¿Y si la princesa se niega?

- Su muerte será lenta
y muy desagradable.

- ¿Y sus dos siervas?

¿Los dejarás libres, ilesos?

De acuerdo.

- Soy la princesa Scheherazade.

- No te sacrificarás
por mí, Yasmin.

Soy la princesa Scheherazade.

- Silencio, los dos.

Soy la Princesa.

- Así que, en lugar de tres siervas,

Ahora tengo tres princesas.

Veremos lo que dicen las pestañas.

Gorah.

Un latigazo, a cada uno por turno.

Y luego, repite.

Guardias, guardias.

Guardias.

Guardias.

- Liberen a Simbad.

Parece que la princesa
necesita un herrero.

- Un herrero nunca fue tan bienvenido.

Guardias.

Guardias.

El Halcón del Desierto está en la mazmorra.

Atrápalo ahí.

Guardias.

- Ahí están.
- Maten a los perros.

- Espera, tengo una cuenta
que saldar con este.

- Piedad, piedad.

- Por supuesto.

El Halcón del Desierto, el Halcón del Desierto.

- Bienvenido, Príncipe Murad.

- Córtalas.

Espere aquí un momento, Eminencia.

Es más seguro que yo entre
primero seguir la ruta.

Hombres de Teherán, dentro.

Vigila cada puerta, y
enviadme más hombres aquí.

Te quedarás cerca.

Guardias.

- Por aquí.

- Guardias, agárrenlos.

Deprisa, tras ellos.

He aquí la muerte del Halcón del Desierto.

- Y también de Kibar.

Saquen sus espadas.

- Rápido, al patio.

- Fue el traidor Murad
quien planeó mi muerte.

- Ponlos a salvo y guárdalos bien.

- Por aquí.

- Libéralos.

Adelante.

- Atrás.

Este hombre es mío.

- Misericordia.

Misericordia.

- Que nadie escape.

Encadénalos y tíralos al calabozo.

Saludo a un valiente guerrero.

- Espera.

No se deje engañar.

Esta carroña del desierto
me engañó para casarme,

y luego me secuestró.

- Atrápenlo.

- Así, la moza se convierte
una princesa una vez más.

- Te prometí un día
de ajuste de cuentas, herrero.

- Llévenselo.

- Saludos, noble herrero.

Ahora, ¿qué debo hacer contigo?

¿Debería empezar
pidiendo cien pestañas?

¿O tal vez un poco de
estiramiento en el potro?

- Poco importa, ahora que mi pueblo

son liberados de Murad y Kibar.

- ¿Y poco importa

que debes ser el amo en tu propia casa?

- Moza o princesa, una
mujer es sólo una mujer

y siempre necesita un maestro.

- "Era la respuesta que esperaba.

Así que, para salvar tu inútil
vida, convencí a mi padre

para hacerte Príncipe Omar, Señor de Teherán.

Bueno, ¿qué más
¿Queréis, Alteza?

- Quita estas cadenas y te mostraré.

- No.

Yo jugaría al amo un
un poco más, marido mío.

- Omar.

Omar.

Me han desplumado.

- Eso parece.

¿Quién te hizo esta cosa terrible?

- La moza, Maznah.

Mi juego de la concha, su padre lo inventó.

- Aladino.

- Omar.

- Un hombre nunca debe discutir con una mujer.

- Parece que has aprendido la lección.

Si eso es cierto,

Ya no es necesario
de mantenerte cautivo.

Te libero para que hagas
tu elección de amores.

- No había terminado.

Un hombre nunca debe discutir con una mujer,

a menos que sus brazos estén libres para sostenerla.