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No te esperaba.

No te esperaba.

Te queremos mucho.

Te queremos mucho.

Abr�chate la camisa, Andr�.

�Andr�!

�Andr�!

En la modorra de las tardes
ociosas de la hacienda,

en un rinc�n del bosque
yo escapaba...

a los ojos recelosos de la familia.

Mitigaba la fiebre de mis pies
en la tierra h�meda,

cubr�a con hojas mi cuerpo y,
tumbado a la sombra,

dorm�a en la actitud inerte
de una planta enferma...

doblegada por un brote rojo...

�No eran duendes
esos troncos a mi alrededor...

velando en silencio y con paciencia
mi sue�o adolescente?

�Qu� ata�des tan antiguos eran
�sos...

liberando las voces protectoras
que llamaban desde la galer�a?

�Andr�!

�Andr�!

�De qu� serv�an esos gritos...

si mensajeros m�s veloces,
m�s activos...

montaban mejor al viento,

corrompiendo el filo de la atm�sfera?

Cuando mi sue�o madurase,

ser�a recogido con la fruici�n
religiosa de quien recoge un fruto.

Y record� lo que dec�a
nuestro padre en sus sermones:

""los ojos son la l�mpara del cuerpo.

Y si ellos eran buenos,
el cuerpo ten�a luz.

Y si los ojos no eran limpios,
revelaban un cuerpo tenebroso"".

Las persianas.

�Por qu� est�n cerradas las
persianas?

""A LA lZQUlERDA DEL PADRE""

BASADA EN LA NOVELA DE
RADUAN NASSAR

UNA PEL�CULA DE
LUlZ FERNANDO CARVALHO

No te coh�bas, hermano.

Encuentra de una vez
la voz solemne que buscas.

Pregunta de una vez
qu� me ha pasado siempre.

Desenc�jame deprisa la cara...

y rompe en mis ojos
la vieja vajilla de la casa.

Eran �sos nuestros lugares a la mesa
a la hora de las comidas,

o a la hora de los sermones:
nuestro padre en la cabecera,

a su derecha, por orden de edades,

primero estaba Pedro,
luego Rosa, Zuleika y Huda.

A su izquierda nuestra madre,

luego yo, Ana y Lula, el benjam�n.

La rama derecha...

era desarrollo espont�neo
del tronco desde sus ra�ces.

Pero la izquierda tra�a
el estigma de una cicatriz,

como si la madre, por donde
comenzaba la segunda rama,

fuese una anomal�a,

una protuberancia m�rbida
por la carga de afecto.

No sabes lo que hemos pasado,
mientras dur� tu ausencia.

Te causar�a asombro
el rostro consumido de la familia.

Me cuesta dec�rtelo, hermano,

pero nuestra madre ya no puede
ocultar a nadie sus gemidos.

No habl� con nadie
de tu partida.

Aquel d�a, a la hora de almorzar,
cada uno de nosotros sinti�...

m�s que el otro, en la mesa,
el peso de tu silla vac�a.

Y fue dilatada la tarde
de trabajo con nuestro padre.

Nuestra mente ocupada
con las hermanas en casa,

perdidas entre el traj�n de la cocina
y el bordado en la galer�a,

en la m�quina de coser
u ordenando la despensa.

No importaba d�nde estuviesen,
ya no ser�an las mismas ese d�a,

llenando de alegr�a
la casa como antes.

Tendr�as que
haber estado all�, Andr�.

Tendr�as que haber visto a nuestro
padre sumido en su silencio.

En cuanto acab� de cenar,
se levant�, fue al patio.

Nadie lo vio recogerse.

Se quedo all� de pie,

mirando qui�n sabe qu�
en la noche oscura.

Hasta la hora de acostarse
no entr� en tu habitaci�n,

fui hacia el armario
y abr� los cajones vac�os.

S�lo entonces me di cuenta,

como hermano mayor,
del alcance de lo que pasaba:

hab�a comenzado
la desuni�n de la familia.

Nuestra desuni�n comenz�
mucho antes de lo que crees.

Fue cuando crec�a la fe
virulenta en mi infancia,

cuando yo era m�s fervoroso
que nadie en la casa.

Yo,

ni�o piadoso,

dejaba mi cinta
de congregante mariano...

al lado de la cama...

y me iba a dormir pensando
en c�mo Dios me despertaba...

todos los d�as a las cinco,
para comulgar en la primera misa.

Despierta, coraz�n.

Despierta.

No despiertes a tu hermano,
coraz�n.

-Mi coraz�n.
-Mi coraz�n.

-Mis ojos.
-Mis ojos.

-Mi cordero.
-Mi cordero.

Mi coraz�n. Mis ojos.

Y en cuanto me levantaba,

Dios estaba frente a m�,
sobre la mesa de noche,

y era un Dios al que pod�a
tener entre las manos...

y que llenaba mi pecho de ni�o.

Y yo entraba en la iglesia
como un globo.

Era buena la luz dom�stica
de nuestra infancia:

el pan casero sobre la mesa,
el caf� con leche, la mantequera.

La claridad de nuestra casa,

que parec�a a�n m�s clara
cuando volv�amos del pueblo.

Esa claridad,

que despu�s empez� a perturbarme,

me volvi� mudo y extra�o en el
mundo.

Cuanto m�s unida la familia,
m�s violento el impacto.

La fuerza y la alegr�a de la casa
pueden acabar de un solo golpe.

Y era en el bosque, detr�s de la casa,

bajo los �rboles m�s altos,
que compon�an con el sol...

el juego alegre y suave
de sombras y de luces.

Una vez que el olor a carne asada...

se hab�a disipado entre las hojas
de los �rboles m�s frondosos,

se recog�a el mantel,
extendido sobre el c�sped calmo.

Y yo pod�a observar, apartado
junto a un tronco m�s distante,

los preparativos agitados para la
danza.

Los movimientos bulliciosos de aquel
grupo de j�venes hombres y mujeres,

entre ellas mis hermanas
con modales de campesinas,

con sus vestidos claros y leves,

tantas promesas de amor pendientes
de la pureza de un amor mayor,

corriendo con gracia, cubriendo
el bosque de risas,

llevando los cestos de frutas
a donde antes estaba el mantel.

Los melones y las sand�as
se cortaban entre gritos de alegr�a.

Y yo entreve�a, humedecida
su solemnidad con el vino,

la alegr�a en los ojos de mi padre,

m�s seguro, entonces, de que
no todo en un barco,

se deteriora en la bodega.

Y yo en esa actitud
aparentemente desenvuelta,

entreve�a tambi�n de lejos
la piel fresca de su rostro...

que ol�a a espliego,
la boca un dulce gajo,

llena de ternura, misterio y
veneno en los ojos de d�til.

Y mi deseo sin freno era
escarbar la tierra con las u�as...

y tumbarme en ese hoyo
y cubrirme todo de tierra h�meda.

Ven, coraz�n.

-Ven a jugar con tus hermanos.
-D�jame, madre.

Lo estoy pasando bien.

Qu� polvo claro,

cuando miro la espalda
de ese tiempo transcurrido.

Al mismo tiempo que yo un d�a,
con los pies amarrados,

bajaba los ojos para no ver su cara.

Y qu� peso el de esa mochila
sujeta a mis hombros...

cuando sal� de casa:

como dos gemelos caminamos ,
unidos por la espalda,

yemas de un mismo huevo,
con ojos por delante...

y ojos por detr�s.

Y all�, viendo a mi hermano,
ve�a muchas cosas distantes.

Y en ese atardecer tomaba
la decisi�n desesperada...

de echarme en el vientre blando
de aquella hora.

Tal vez de repente, tierno todav�a,

le pidiese a mi hermano que se fuera
y ""llevase recuerdos a la familia"".

Y cerrar�a la puerta.

Y cuando estuviese solo
en mi oscuridad,

me envolver�a en el lienzo de sol
extendido en una de las paredes,

y me entregar�a despu�s, as�
abrigado, al vino y a mi suerte.

PENSl�N SCATENA
DESAYUNO, COMlDAS Y HABlTAClONES

Desde mi huida,
acallando mi revuelta,

a cada paso me distanciaba
de la hacienda.

Y si acaso distra�do preguntase:
""� Ad�nde estamos yendo?""

La respuesta inmediata ser�a:
""Estamos yendo siempre a casa"".

Cuando le dije a nuestra madre
que volv�a a buscarte,

ella se qued� inm�vil,

con los ojos ba�ados en l�grimas.

Hab�a miedo en sus ojos.

Qu� pasa, madre, a ver si cambia
esa cara, deber�a re�rse.

No se ponga as�,
no se preocupe,

le aseguro que no va a tener
ning�n disgusto con ese fugitivo.

Ya ver� qu� contento
estar� su hijo, ya ver�.

�Ya ver� c�mo las cosas...

volver�n a ser lo que eran,
todo ser� de nuevo como antes!

Tr�elo de vuelta, Pedro.

No les digas a tu hermano
ni a tus hermanas que te vas,

pero tr�elo de vuelta.

Ahora voy a amasar el pan dulce...

que tanto le gustaba.

Y dijo todo eso apret�ndome
como si te apretase, Andr�.

Es as� como se alimenta un cordero.

Pero ella ha envejecido mucho.

Pude verla sentada
en la mecedora,

absolutamente sola y perdida
en sus grises divagaciones,

destejiendo desde temprano el encaje
de una vida por el amor...

y la uni�n de la familia.

Y viendo la majestuosa sencillez...

de la peineta en su rodete,

sent� que �ste merec�a...

todo un libro de historia.

Pero nadie en casa
cambi� tanto como Ana.

En cuanto te fuiste
se encerr� a orar en la capilla,

cuando no anda perdida
en el lado m�s rec�ndito del bosque,

o escondida, si no, de modo extra�o
por la parte de la casa vieja.

Nadie en casa puede sacarla
de su piadoso silencio.

Nadie en casa nos preocupa tanto.

He dejado de beber.
Y t� tambi�n debes hacerlo.

�No est� en ese vino la sabidur�a
de las lecciones de nuestro padre!

�No reparar� el esp�ritu de ese vino
todo el estrago de nuestra casa!

�Guarda esa botella, esto es serio,
estamos hablando de la familia!

�A nadie le hace da�o que yo beba!

�Soy epil�ptico!
�Epil�ptico!

�Tu hermano es epil�ptico,
a ver si te enteras!

�Vuelve ahora a casa y haz esa
revelaci�n!

�Vuelve ahora y ver�s que
las puertas y ventanas de casa...

se agitar�n con esa ventolera!

�Y vosotros, hombres de la familia,

rodear�is la casa cargando la caja
de herramientas de nuestro padre...

encapuchados, martillando...

clavando con violencia
las tablas en cruz!

�Y nuestras hermanas,

vestidas de negro,
har�n luto a trav�s de la casa...

y ser� un coro de aullidos,
sollozos y susurros...

en esa danza familiar cerrada
a cal y canto!

��l nos ha abandonado!

Y pa�uelos al vuelo para
cubrirse el rostro,

y llorando, y exhaustas,
se api�ar�n ellas en un rinc�n:

��l nos ha abandonado!

Y grita cada vez m�s alto:

�Nuestro hermano es epil�ptico,
un convulso,

un pose�do!

Y di tambi�n que eleg� un cuarto de
pensi�n para mis accesos.

�Conviv�amos con �l y no lo sab�amos,
ni siquiera llegamos a sospecharlo!

�Ni siquiera llegamos a sospecharlo!

��l nos ha abandonado!

�Y gritad cuanto quer�is,
desga�itaos!

�Aunque no deis cuenta
de la trama maldita que me enred�!

Y t�, Pedro, como hermano mayor,
puedes lamentar:

""�Es triste que tenga nuestra sangre!""
�Grita!

Sigue gritando:

""�Una peste maldita
lo ha invadido!"" �Grita!

�Qu� desgracia se ha abatido
sobre nuestra casa!

""�Qu� hace de �l un diferente?""
Y oir�s a coro:

�Lleva el demonio en el cuerpo!
�Lleva el demonio en el cuerpo!

�Lleva el demonio en el cuerpo!

Y avanza y declara:

�Tiene los ojos tenebrosos!

""�Lleva el demonio en el cuerpo!""

Y contin�a pringando
las piedras de ese horno y di:

�Qu� crimen hediondo
ha cometido!

-�Lleva el demonio en el cuerpo!
-�Qu� crimen hediondo ha cometido!

�Lleva el demonio en el cuerpo!
Y di tambi�n:

�Ha mancillado a la familia! �Nos ha
condenado a las llamas del oprobio!

�Lleva el demonio en el cuerpo!
�Lleva el demonio en el cuerpo!

Y oir�s siempre el mismo sonido
cavernoso y hueco:

""�Lleva el demonio en el cuerpo!""

""�Lleva el demonio en el cuerpo!""

Y clamando, y como quien blasfema,

levanta los brazos,
alza tus manos al cielo:

��l nos ha abandonado!

��l nos ha abandonado!

T�pate los o�dos, Pedro,
t�pate los o�dos.

�Mete tus dedos en el hueco!

Y despu�s de tanta lamentaci�n,

de tanto llanto
y rechinar de dientes...

ve derecho al armario,

abre sus puertas...

y busca las viejas s�banas de lino
guardadas con tanto esmero.

Ver�s que incluso esas s�banas,

como todo en nuestra casa,

hasta esas ropas tan bien lavadas,
blancas y dobladas, todo, Pedro.

�Todo en nuestra casa...

estaba completamente impregnado
de la palabra de nuestro padre!

Era �l,

era nuestro padre quien siempre
dec�a:

Hay que comenzar con la verdad
y acabar con la verdad.

Mira mis brazos.

Mira.

Mira.

Pero era �l tambi�n,
era �l quien dec�a,

probablemente sin saber
qu� estaba diciendo,

y sin saber a ciencia cierta...

el uso que uno de nosotros
podr�a darle un d�a.

Mira el vigor del �rbol
que crece aislado...

y la sombra que le da
al reba�o.

Los salegares,

los vastos salegares aislados
en la inmensidad de los pastos,

tan lisos por tantas lenguas.

All� donde el ganado
va a buscar la sal...

que purifica su carne y su piel.

�Alguna vez te pas� por la cabeza,
aunque sea por un instante,

levantar la tapa del cesto
de la ropa sucia...

en el cuarto de ba�o?

�Alguna vez se te ocurri�
meter las manos...

y sacar con cuidado
cada prenda �ntima de la familia?

Era una parte
de cada uno de nosotros...

lo que sacaba al hundir
mis manos en el cesto.

Nadie oy� mejor el grito
de cada uno, Pedro.

Conoc� todos
los humores de la familia...

enmoheci�ndose con el tufo
rancio y agrio...

de varices en las paredes fr�as
de un cesto de ropa sucia.

�Nadie hundi� tanto las manos all�!

Nadie sinti� tanto
las manchas de la soledad.

Hab�a que dejar la cama,

atravesar los pasillos,

o�r en todas las puertas pulsaciones,
gemidos...

y nuestros proyectos
sordos de homicidio.

Hab�a que conocer
el cuerpo de toda la familia.

Tener en las manos los pa�os
higi�nicos...

cubiertos de un polvo rojo...

como si fuesen los pa�os de un
asesino.

Nadie ha o�do mejor
a cada uno en casa, Pedro.

Nadie ha amado m�s,

nadie ha conocido mejor
el camino de nuestra uni�n,

siempre regida
por la figura de nuestro abuelo,

ese viejo enjuto, tallado con la
madera de los muebles de la familia.

Era �l en verdad quien nos reg�a,

era el gu�a moldeado en yeso.

Pero no ten�a ojos nuestro abuelo.

Nada hab�a en las
dos cuencas profundas,

huecas y sombr�as de su rostro.
�Nada, Pedro!

�Nada brillaba en �l salvo la cadena
de su terrible anzuelo de oro!

Estoy cansado
de ideas sosegadas,

ojos afectivos,
blandas contorsiones.

Que todo arda:

mis pies,

las espinas de mis brazos,

las hojas que cubren
la madera de mi cuerpo,

mi frente,

mis labios,

siempre que se preserve
mi lengua in�til,

poco me importa que despu�s
el resto sean lamentos,

sollozos y gemidos de la familia.

Pedro, hermano,

no hab�a consistencia
en los sermones de nuestro padre.

El mundo de las pasiones
es el mundo del desequilibrio.

Cu�dense los apasionados,

apartando de los ojos...

el polvo dorado
que los ofusca.

Levantar una cerca,
guardar simplemente el cuerpo,

esos artificios debemos usar...

para impedir que las tinieblas
de un lado...

invadan y contaminen
la luz del otro.

A trav�s del recogimiento
escapamos...

a los peligros de la pasi�n.

Pero nadie,
en su sano juicio,

debe creer que hay que
cruzarse de brazos.

Nadie en casa se cruzar� de brazos
habiendo tierra que labrar.

Nadie en casa se cruzar� de brazos
habiendo paredes que levantar.

Nadie en casa,
se cruzar� de brazos...

habiendo un hermano
que socorrer.

A�n no hab�a abandonado
la casa, Pedro,

pero los ojos de nuestra madre
ya intu�an mi partida.

Cuando fui a buscarla quise decirle:

""Se despide ahora de m�
sin conocerme.""

Pens� tambi�n en decirle:

""Lo �nico que ocurri�...

fue haber hecho nido nueve meses
en la paja de su �tero...

y haber recibido
durante muchos a�os...

el dulce toque de sus manos
y su boca.""

""Por eso dejo la casa,

por eso me marcho.""

Cu�ntas cosas, Pedro,
podr�a haberle dicho,

pero me pareci� in�til
decir cualquier cosa.

""No tiene sentido"", pens�,

""soltar en esas pobres manos
cubiertas de harina...

el tallo de un clavel exasperado.""

""No tiene sentido"",
pens� dos veces,

""manchar su delantal,

cortar el cord�n...

y otras hojas"".

Por eso, en vez de decir:

""No me conoce...""

me pareci� mejor, Pedro, incluso sin
agua, con la boca seca y salada,

me pareci� mejor quedarme
mudo frente a ella,

como alguien que
no tuviese nada.

En verdad no ten�a nada que decirle,
pero ella quer�a decirme algo...

y pens�:

""Madre tiene algo que decirme
y quiz� la escuche,

algo que decirme que tal vez
debe guardarse con cuidado"".

Pero todo lo que pude o�r
sin que dijese nada,

fueron los chasquidos en la vajilla
antigua de su vientre.

O� de sus ojos un grito desgarrado
de madre en parto,

sent� que su fruto se secaba
con mi aliento c�lido.

Pero yo no pod�a hacer nada,
mis ojos estaban oscuros.

Aun as� no era imposible que dijese:

""Usted y yo comenzamos
a demoler esta casa.

Ser�a �ste el momento de
tirar por la ventana...

todos los platos y moscas
de nuestra vieja alacena"".

Pero ya te he dicho, Pedro, mis ojos
estaban m�s oscuros que nunca.

Yo, el hijo desviado,

no so�aba con caminos.

Nunca me pasaba por la cabeza
abandonar la casa,

ni siquiera recorrer largas distancias
para dar goce a mis sentidos.

Yo sab�a, hermano,
desde mi m�s tierna edad,

cu�nta decepci�n me esperaba
fuera de los l�mites de nuestra casa.

Pedro, me hace falta
ahora tu silencio.

Qu�tate las anteojeras.

Suelta las riendas de tus ojos.

Deja de lado la fuerza y
el recato de la familia.

Cont�n el �mpetu �spero
de tu lengua.

Moja tus labios.

Moja la boca.

Moja tus dientes cariados...

y la sonda que baja
hasta el est�mago.

Llena esa bolsa de cuero
que tu cintur�n aprieta.

Deja que el vino
te inunde los poros.

S�lo as� se venera lo obsceno.

Ah, hermano...

comenzamos a entendernos.

Ya veo tu boca despejada.

Tus ojos ya son dulces
gracias al vino.

Pedro, extiende la mano...

y palpa esta cinta inmunda.

Ese trapo es la sutil continuaci�n
de las u�as solferinas...

de mi primera prostituta.

Me da una pena enorme...

un ni�o tr�mulo,

con tanta pureza en el rostro...

y tanta limpieza en el cuerpo.

Me da una pena enorme...

un ni�o con vellos como t�,

con el pecho liso,
a�n no definido,

quem�ndose en la cama...

como una rama seca.

Ah... toma.

Ah... toma.

Toma lo que me hab�as pedido.

Qu�date con esa cinta inmunda...

y vuelve ahora a tu hornacina,

mi peque�o santo.

�Mi peque�o santo!

Era all� donde
yo comulgaba, Pedro.

Ah, hermano... �no me tumb� en ese
suelo de mandarinas encendidas?

No me entregu� como un ni�o
a una org�a de moras asesinas?

�No era acaso una paz precaria
la paz que sobreven�a?

�Tener mi cuerpo estirado
en un jerg�n de mala hierba?

�No era acaso provisional
ese otro sue�o?

�Tener las u�as sucias,
los pies entorpecidos,

los piojos que abr�an sendas
en mi pelo,

mis axilas visitadas por hormigas?

�No era acaso provisional
ese segundo sue�o?

�Tener la cabeza
coronada de mariposas,

gordas larvas que
brotaban del ombligo,

la frente fr�a cubierta de insectos,

mi boca inerte que besaba
escarabajos?

�Cu�nta somnolencia,

cu�nto entumecimiento,

cu�nta pesadilla
en esa adolescencia!

�Qu� piedra es �sa, al fin,
que pesa sobre mi cuerpo?

Hay un fr�o misterioso en ese fuego.

�Hacia d�nde estoy
siendo llevado un d�a?

�Qu� losa blanca,

qu� polvo an�mico,

qu� campo callado,

qu� calas, qu� cipreses tan altos,

qu� lamentos tan largos
rasgan mi cuerpo adolescente!

Entra un poco en esas cosas
que me adormec�an.

Ceba tus ojos en esa
orqu�dea ajada,

en esa pulsera,
en ese par de ligas rosas,

en todas esas baratijas que pagu�
con monedas robadas a mi padre,

y que iba enterrando en esa caja...

para desenterrarlas un d�a
y esparcirlas en la tierra...

y pensar con mis ojos de ahora:
�fue una larga, larga adolescencia!

Ll�vatelas, Pedro, lleva todas esas
chucher�asa casa y cuenta...

c�mo se fue tramando
la historia del hijo y del hermano.

Encarga despu�s una noche bien
caliente o una luna bien llena.

Convoca a nuestras hermanas,

haz que vistan muselinas vaporosas
y se pongan sandalias de tiras,

a�ade carmes�
a sus mejillas pl�cidas,

verde a los ojos, un carb�n
m�s denso a sus pesta�as.

Adorna sus brazos
y los cuellos desnudos,

a�ade f�cil pedrer�a
en esas figuras de m�rmol,

haz incluso que unos pendientes
mordisqueen el l�bulo de sus orejas.

Y no olvides
las posturas l�nguidas...

abriendo el espacio entre los senos,
exponiendo asomos de muslos,

imaginando un funesto fetiche
en los tobillos.

Provoca en esos labios
ya rojos, disolutos,

el flujo espeso
de humores pestilentes.

�Ll�vatelas, Pedro! Ll�vate a casa
todas esas chucher�as...

y anuncia con voz solemne
en cuanto llegues:

""Del hermano amado para las
hermanas."" Cuidado al abrir la bolsa.

""�Por los sermones del padre,
el hijo descarriado tambi�n manda,

entre los regalos,
una pesada risa de escarnio!""

�Vamos, Pedro, ponlos en la bolsa!

Y es contemplando los utensilios...

y la ropa de la familia como...

oigo voces difusas perdidas
en aquel foso...

sin que me sorprenda el agua
clara que brota a�n del fondo.

Y repaso nuestras fatigas,

y repaso tanta lucha exhausta,

y voy extrayendo de ese haz
de rutinas, uno a uno,

los huesos sublimes de nuestro
c�digo de conducta:

el exceso prohibido,

el celo una exigencia...

y, condenado como un vicio,

la pr�dica contra el desperdicio,

se�alado como
ofensa grave al trabajo.

Y reencuentro el tibio mensaje
de ce�os y entrecejos...

y las verg�enzas m�s ocultas
que nos traicionan en el rubor,

y la angustia �cida
de un rega�o a tiempo...

una disciplina a veces descarnada.
Y una escuela de ni�os artesanos,

que nos imped�a de comprar
lo que pod�a hacerse...

con las propias manos.

Y una ley a�n m�s r�gida,
disponiendo que era all�,

en la hacienda,
donde deb�a amasarse nuestro pan.

Nunca hubo en nuestra mesa
un pan que no fuese el casero.

y al repartirlo conclu�amos...

tres veces al d�a...

nuestro ritual de austeridad.

Pues tambi�n en la mesa,
m�s que en otro sitio,

hac�amos con los ojos bajos
nuestro aprendizaje de la justicia.

Anda, hermano,

�dilata las pupilas!
�Abre bien los ojos!

Apri�tame la mano...

y v�monos.

�rase una vez un hambriento.

�Qui�n anda por ah�?

�De d�nde vienes?

""�No sabes que basta
con presentarte...

ante nuestro amo y se�or
para tener todo cuanto deseas?""

Oh, mi amo y se�or,
te pido, por Dios, una limosna,

pues de tan necesitado,
a punto estoy de caerme de hambre.

Qu�date aqu�, pobre hombre.
Quiero repartir contigo el pan,

y que te sirvas
de la sal de mi mesa.

Que Dios te bendiga
y bendita sea tu santa madre.

El hambriento,
retorci�ndose de dolor,

pens� para sus adentros...

que los pobres deb�an
tener paciencia...

ante los caprichos de los poderosos,

no dando muestras de irritaci�n.

Eres mi hu�sped
y mi casa es tu casa,

No hagas cumplidos,
mi mesa tu mesa.

Come hasta saciarte.

�Qu� me dices de este pan?

Este pan es muy blanco y muy bueno,

nunca en mi vida he comido otro
que mejor me supiese.

�Qu� dir�s de los manjares
a tu izquierda?

�Ese asado relleno
de arroz y almendras,

o esas chuletas de cordero!

� Y qu� dir�s del aroma?

El aroma es embriagador,

su aspecto,

...as� como divinos paladar.
-Vas a probar ahora...

de mi mano
un bocado incomparable.

Debes masticar bien.

�Excelente!

Pod�is traer el postre.

Dulcifiqu�monos.

Come, come.
�No hagas cumplidos!

Prueba tambi�n esos higos,
reci�n cogidos del �rbol.

Aqu� tienes. Come, come...

Dios es clemente con los hombres.

Estoy satisfecho, se�or.
No quiero nada m�s.

Es extra�o. Por el hambre que
te trajo hasta aqu�, admira...

que te hayas saciado tan pronto.

Pero ha sido un honor
compartir mi mesa contigo.

Ah... pero a�n no hemos bebido.

Qu� vino sublime.

Al fin, despu�s de buscar
tanto por todo el mundo,

he encontrado un hombre...

fuerte de esp�ritu,

de car�cter firme,

y que ha revelado sobre todo...

poseer la suprema cualidad
de la que es capaz un hombre:

la paciencia.

Desde ahora,
gracias a tus raras cualidades,

vivir�s en esta casa tan grande
y despojada de habitantes.

Y puedes estar seguro...

de que no faltar� alimento
a tu mesa.

Y en ese mismo instante
trajeron un pan,

un pan verdadero,

y el hambriento, por ser paciente,
nunca m�s supo qu� era el hambre.

�C�mo pod�a el hombre que tiene
pan en la mesa, sal para salar,

carne y vino,
contar la historia de un hambriento?

�C�mo pod�a nuestro padre
haber omitido tantas cosas...

cada vez que contaba esa historia?

El soberano m�s poderoso
del Universo...

confesaba haber encontrado,
despu�s de mucho buscar,

a un hombre fuerte de esp�ritu,
de car�cter firme,

y que sobre todo hab�a revelado
poseer la virtud m�s rara...

en un ser humano:

la paciencia.

Pero antes de proferir ese elogio,

no cont� nuestro padre
que el hambriento,

con la fuerza descomunal
de su hambre,

�asest� un pu�etazo
al anciano...

de hermosas barbas blancas!

Se�or y laurel de mi frente,

sabes que soy tu esclavo sumiso,

el hombre a quien sentaste
a tu mesa y ofreciste...

manjares dignos del mayor rey,

y cuya sed saciaste con
numerosos vinos a�ejos.

�Qu� quieres, se�or?

El esp�ritu del vino
me ha subido a la cabeza,

y no puedo responder por lo que hice
al alzar la mano contra mi benefactor.

�La impaciencia tambi�n
tiene sus derechos!

�La impaciencia tambi�n
tiene sus derechos!

�La impaciencia tambi�n
tiene sus derechos!

Tengo 1 7 a�os,

mi salud es muy buena...

y sobre esa piedra fundar�
mi iglesia particular,

la iglesia para mi uso,

la iglesia que frecuentar� descalzo,
con el pecho al aire,

desnudo como vine al mundo.

Quiero ser el profeta
de mi propia historia.

No el que alza los ojos...

sino aquel cuya mirada
se fija en los frutos de la tierra.

�Y yo puedo!

�Yo puedo!

�Yo puedo ser el profeta
de mi propia historia!

�Yo puedo!

�Yo puedo!

�Yo puedo ser el profeta
de mi propia historia!

�Yo puedo!

�Yo puedo ser el profeta
de mi propia historia!

�Yo puedo!

Maktub.
(Est� escrito.)

lncluso el d�a en que,

con una r�faga pestilente...

que invada nuestros l�mites
tan bien acotados,

llegue hasta las cercan�as
de la vivienda,

se insin�e subrepticia
por rendijas de puertas y ventanas,

alcance a un miembro
desprevenido de la familia,

no habr� mano en nuestra casa...

que se cierre en pu�o
contra el hermano acometido.

Los ojos de cada uno,

m�s dulces que nunca,

ser�n para este hermano
exasperado,

y la mano benigna de cada uno
ser� para el hermano que la necesita,

y el olfato de cada uno
para aspirar su olor virulento,

y la blandura de coraz�n
de cada uno para ungir su herida,

y los labios para
besar tiernamente...

su pelo alborotado.

Que el amor de la familia
es la suprema forma de la paciencia.

La uni�n de la familia,

la forma cabal
de nuestros principios.

Y, circunstancialmente,

entre actitudes m�s urgentes,

cada uno debe sentarse en un banco,

apoyar bien uno de los pies
en el suelo,

agacharse,

hincar el codo en la rodilla...

y despu�s, a la altura del ment�n,

apoyar la cabeza
en el dorso de la mano...

y con ojos amenos
observar el movimiento del sol...

y las lluvias...

y los vientos.

Siempre con los ojos pl�cidos,
observar la manipulaci�n misteriosa...

de otras herramientas que
h�bilmente emplea el tiempo...

en sus transformaciones,

sin cuestionar nunca
sus designios,

insondables, sinuosos,

como no se cuestionan
los puros planos de las planicies,

las sendas tortuosas trazadas
en el pasto por los reba�os.

Que el ganado...

siempre va al salgaderal;

el ganado siempre va al pozo.

Virtud de virtudes
es la paciencia.

No es sabio quien desespera,

ni sensato quien no se somete.

�Ana!

�Estoy loco!

�Estoy loco!

Dios...

�No me enga�o en ese incendio,

en esa pasi�n,

en ese delirio!

Deber�a haber trazado
con pepitas de uva...

una senda sinuosa
hasta la escalera,

y colgado granadas frescas
en las ventanas de la fachada,

haber puesto
una guirnalda de flores...

en la vieja balaustrada
de la galer�a...

Blanco, blanco,

rostro blanco.

�Ana!

El tiempo.

El tiempo.

Ese verdugo a veces suave,

a veces m�s terrible.

Demonio absoluto que otorga
calidad a todas las cosas.

�l sigue siendo el que decide.

Por eso ante �l
me inclino con miedo...

y erguido expectante pregunto:

�cu�l es el momento preciso
de la transposici�n?

�Qu� instante?

�Qu� instante terrible es �se
que marca el salto?

�Qu� masa de viento?

�Qu� fondo de espacio
concurren para llevar al l�mite?

El l�mite en el que las cosas,
ya desprovistas de vibraci�n,

dejan de ser simplemente vida
en la corriente del d�a a d�a,

para ser vida en los
subterr�neos de la memoria.

�Un milagro, Dios m�o,

un milagro!

�Que esa mano respire
como la m�a, oh, Dios!

Y en mi descreimiento
te devuelvo la existencia.

�Conc�deme vivir esa pasi�n!

�Un milagro!

Y en Tu nombre sacrificar�
una oveja del reba�o de mi padre,

entre las que est�n pastando
en la madrugada azulada:

una joven y ba�ada en roc�o,

robusta y �gil y muy agreste.

�Un milagro, Dios m�o!

�Y te devuelvo la vida!

�Beberemos de muchos vinos!

�Nos embriagaremos
como dos ni�os!

�Vamos a subir escarpas
descalzos...

y, tomados de la mano,

vamos juntos
a incendiar el mundo!

�Es m�a!

�Es m�a!

Y las palomas de mi patio
eran libres de volar.

Sal�an para largos paseos,
pero volv�an siempre,

pues s�lo era amor...

lo que ten�a
y lo que quer�a de ellas.

Y volaban muy lejos,
y yo las reconoc�a...

en los tejados
de las casas m�s distantes,

entre la bandada de las palomas
hostiles que yo cre�a...

poder llevar un d�a
a mi jard�n inmenso.

Era Ana, Pedro.

Era Ana.

Era Ana mi hambre,

era Ana mi enfermedad,

era Ana mi locura,

ella mi respiro,

era Ana mi filo,

mi escalofr�o,

mi aliento,

mi asedio.

Era yo el hermano acometido.

Era yo el hermano exasperado.

Era yo el hermano de olor virulento.

Era yo...

quien ten�a en la piel
el limazo de tantas babosas,

las babas derramadas del demonio.

Tr�eme ya, Pedro,
tr�eme ya la tina...

de nuestros ba�os de ni�os.

El agua tibia,

el jab�n de ceniza,

la esponja �spera,

la toalla blanca...

y felpuda.

Envu�lveme en ella.

Envu�lveme en tus brazos...

y seca mi pelo alborotado.

Desliza despu�s con ternura
tu mano grave en mi nuca.

Eso es lo que te corresponde, Pedro,

a ti...

que fuiste el primero
en abrir a nuestra madre.

A ti...

brindado con la santidad
de hermano primog�nito.

Era Ana.

Era Ana.

Era Ana.

Era Ana.

Y ver que mi hermano
se cubr�a el rostro con las manos.

Estaba claro que tanteaba
en busca de un apoyo.

Buscaba sin duda
la tierra s�lida y dura.

Llegaba incluso a o�r
sus gemidos pidiendo socorro,

pero al advertir su actitud
repentina e inm�vil, vi a mi padre.

Se me ocurri� tambi�n que tal vez
era un ejercicio de paciencia...

que se recog�a,

consultando en la oscuridad
el texto de los mayores,

la p�gina noble y ancestral.

Pero en la corriente de mi trance
ya no contaba su dolor...

mezclado con el respeto
a la letra de los antiguos.

Yo ten�a que gritar furioso
que mi locura...

era m�s sabia que la sabidur�a
de mi padre,

que mi enfermedad me era m�s af�n
que la salud de la familia,

que mis remedios jam�s fueron
citados en los compendios,

pero que hab�a otra medicina,
la m�a,

y que fuera de m� yo no
reconoc�a ciencia alguna,

que todo era s�lo una cuesti�n
de perspectiva,

que s�lo val�a
mi punto de vista...

y que era un capricho
de saciados...

probar la virtud de la paciencia
con el hambre de terceros.

Y decir todo eso
en un acceso verbal,

derribando la mesa de los sermones,

destruyendo trabas,
cerrojos y amarras,

erigiendo otro equilibrio
y poniendo fuerza,

subiendo cada vez m�s arriba,

tensando sobre todo
mis m�sculos clandestinos,

redescubriendo sin tardanza
en m� todo el animal,

cascos, mand�bulas y espuelas,

dejando que el sebo oleoso cubriese
mi talla mientras cabalgaba,

haciendo que mis crines
volasen como plumas,

amasando con mis patas sagitarias
el blando vientre de este mundo,

consumiendo un grano de trigo...

y una tajada de c�lera
embebida en vino.

Yo, el epil�ptico,

el pose�do, la presa.

Yo, el hambriento,

propagando en mi habla convulsa
el alma de una llama,

un pa�o de ver�nica
y un estornudo por tanta lama,

mezclando en el caldo de ese flujo
la sal de su nombre,

el nombre pervertido de Ana.

Qu� temblores,

cu�ntos soles,

qu� estertores.

Y era tan necesario...

Tan cierto y tan necesario
que Ana estuviese a mi lado,

que me puse a pensar
que muchas veces, como ni�os,

nos reir�amos ruidosamente...

esparciendo la orina de uno...

en el cuerpo del otro.

Y moj�ndonos
como hace poco,

volver�amos a mezclar
con la lengua laboriosa...

la saliva de uno con la del otro.

Y nuestros rostros se unir�an...

ba�ados en l�grimas,

s�lo pensando
que �ramos de tierra...

y todo lo que ten�amos
germinar�a en uno...

con el agua venida del otro.

El sudor de uno con
el sudor del otro...

Con mis ojos a�n cerrados,

cuando volv� a tantear la paja,

Ana ya no estaba all�.

Yo que no sab�a que
el amor requiere vigilia.

No hay paz
que no tenga un fin,

ni copa que no tenga
un fondo de veneno.

�Ana!

�Ana!

�Ana, si est�s en casa,
resp�ndeme!

�Resp�ndeme!

�Ana!

�Ana!

Te quiero, Ana.

Te quiero, Ana.

Esc�chame,
es lo �nico que te pido.

Fue un milagro lo que pas�
entre nosotros, querida hermana.

Descubrimos cu�nto
se ajustan nuestros cuerpos...

y c�mo con nuestra uni�n
vamos a continuar la infancia,

sin mella para nuestros juegos,

sin trauma para nuestra historia.

Fue un milagro descubrir...

c�mo nos bastamos dentro
de los l�mites de nuestra casa,

y eso confirma
la palabra de nuestro padre:

""la felicidad reside
en el seno de la familia"".

�Fue un milagro, Ana!

Y no permitir� que ese acierto
del destino se destruya,

pues quiero ser feliz.

Yo,

el hijo torcido,

la oveja negra que nadie confiesa,

el vagabundo de la familia,

pero que ama nuestra casa.

Y amo esa tierra,

y amo tambi�n el trabajo
aunque se piense lo contrario.

Bendecidas son
mis manos para plantar,

s� o�r cada llamada de la tierra.

Ser� bueno cuidando
a los animales,

protegiendo a nuestro reba�o
de los vientos �speros,

llev�ndolo bajo los �rboles
cuando la lluvia caiga.

�Tengo alma de pastor, hermana!

Y me presto a cualquier tarea,

nada hay en la hacienda
que yo no pueda hacer.

Y una tarde de �sas,
cuando nuestro padre...

est� perdido en sus pensamientos,
caminar� hacia �l,

me sentar� a su lado y,
sin cohibirme,

iniciar� el di�logo
que nunca tuvimos.

As� ser� mejor a�n
lo que vendr� despu�s.

Ay�dame a perderme en el amor
de la familia con tu amor, Ana.

�Soy incapaz de dar un paso
en esa oscuridad!

�Dame tu mano, Ana!

Tantas cosas nos esperan.

De ese gesto tuyo
dependen mis actitudes,

mi conducta,

mis virtudes.

Todo, Ana,
comienza en tu amor.

�l es la simiente.

Tu amor para m�...

es el principio del mundo.

Ay�dame, Ana.

Resp�ndeme algo.

�Dime una palabra!

�Me basta un signo
leve de tu cabeza,

un movimiento de tus cabellos,

o en las plantas de tus pies!

�Api�date de m�, Ana,

antes de que sea demasiado tarde!

�No me empujes,
no me abandones!

Ya he dicho que estoy cansado,

necesito mi lugar
en la mesa de la familia.

No tienen por qu� enterarse
de lo nuestro.

Renuncio incluso
a los hijos que podr�amos tener.

Basta con la casa vieja...

y con redoblar las delicias
de nuestro amor.

Reconoce conmigo
el origen de esa pasi�n antigua.

Si nuestro padre en su gesto austero
quiso hacer de casa un templo,

nuestra madre,

rebosante de afecto,

s�lo hizo de ella
una casa de perdici�n.

�Tengo sed, Ana, quiero beber!

�No soy culpable de esa llaga,
ese tumor, esa herida;

tampoco de esa espina,

ese limazo que resuman mis poros!

�No soy culpable de ese mu�rdago,

ese sol florido,

esa llama alucinada!
�No lo soy de mi delirio!

�Una cuenta de tu rosario
para mi pasi�n!

�Dos para mis test�culos!

�Todas las cuentas para mis ojos!

�Diez rosarios
para el hermano acometido!

�Estoy ba�ado en hiel, Ana,

pero s� c�mo afrontar tu rechazo!

�No ocultar� la sonrisa
en mis labios...

si la peste diezma nuestros reba�os
o una plaga devora los cultivos!

�Dar� la espalda mientras
todos se agitan a mi alrededor,

me cruzar� de brazos
si me piden socorro,

me tapar� los ojos
para no ver sus llagas,

los o�dos para no o�r sus gritos,

me encoger� de hombros
si la casa se derrumba!

�No tuve mi contento,
el mundo no tendr� misericordia!

�Lo que quer�a
era amar y ser amado,

pero qued� al margen sin consulta!

�Fui amputado!

�Pertenezco desde ahora
a la familia de los rechazados,

los prohibidos, los sin afecto,

los sin sosiego, los intranquilos,

los inquietos, los que se retuercen,

los que llevan una marca
en la frente,

los marcados por la santa envidia,

los sedientos de igualdad y justicia,
los que tarde o temprano...

acaban venerando al maligno!

��l que nos empuja
contra corriente,

nos ara�a los t�mpanos
con su soplo �spero y caliente,

nos seduce contra
la fr�gil solidez del orden,

ese edificio de piedra...

alzado sobre los hombros
de los que gimen!

�El primero, el �nico, el soberano!

�Tu bondadoso Dios no es
m�s que un vasallo y no sabe...

que sus leyes son le�a resinosa...

que alimenta el fuego eterno!

Ya me sube una nueva oleada.

�Me dan ganas
de fustigar a tus santos,

tus angelotes...

dar una dentellada
en el coraz�n de tu Cristo!

Me estoy muriendo.

Me estoy muriendo.

Y cuanto m�s espesan la c�scara,

m�s les tortura el peso
del caparaz�n.

Creen estar seguros,
pero se retuercen de miedo.

Se esconden de los otros...

sin saber que atrofian
sus propios ojos.

Se hacen prisioneros de s� mismos
sin sospecharlo siquiera.

Llevan la llave
pero olvidan que abre.

Y son obsesivos, se abruman
con sus problemas personales...

sin atisbar cura,
pues rechazan el remedio.

La sabidur�a est� precisamente...

en no encerrarse
en ese mundo menor.

Humilde, el hombre abandona
su individualidad...

para integrar una unidad mayor,

de la que extrae su grandeza.

S�lo a trav�s de la familia...

cada uno en casa
ha de acrecer su existencia.

Entreg�ndose a ella
ha de olvidar...

sus propios problemas.

Preservando su uni�n,

cada uno en casa disfrutar�...

de sublimes recompensas.

Nuestra ley...

no es retraerse,
sino ir al encuentro.

No es separar,

sino reunir.

Donde est� uno,

ha de estar tambi�n su hermano.

�l ha vuelto.

Est� en la habitaci�n.

Aquel que se hab�a perdido...

ha vuelto al hogar.

Aquel por quien llor�bamos...

nos ha sido devuelto.

�Rosa!

Andr� est� enfermo,

necesita atenci�n.

Es mejor dejar que descanse
unas horas.

Pedro tiene raz�n.

Vamos a aprovechar ese tiempo
para preparar la fiesta de su regreso.

Bendito sea el d�a de tu regreso.

Nuestra casa agonizaba,
hijo m�o,

pero ahora se llena
de nuevo de alegr�a.

Quiero conversar contigo...

m�s tarde, cuando...

todo ya est� m�s tranquilo.

Ahora...

ve a darte un ba�o
para quitarte ese polvo,

antes de sentarte a la mesa
que tu madre ha preparado.

�Andr�, querido hermano,
que Dios te bendiga!

�Ana ha ido a la capilla
a dar gracias por tu llegada!

Mam� pasar� la noche preparando
la fiesta, y nosotros tambi�n.

-Vamos a invitar a todo el mundo.
-Parientes, vecinos...

Amigos del pueblo,
primos, todo el mundo.

Pero para nuestra familia...

la mayor felicidad
es que hayas vuelto.

Has devuelto a casa con creces
la alegr�a perdida.

Ahora ve a darte un ba�o,
tu madre no te puede ver as�.

Se me oprime el coraz�n...

de ver tantas marcas
en tu rostro, hijo m�o.

No le ocultes nada a tu padre,
s� claro.

Para que las personas se entiendan,

deben poner orden en sus ideas,

palabra a palabra.

Todo orden lleva una simiente
de desorden,

la claridad una simiente de
oscuridad. Por eso te hablo as�.

Podr�a ser claro y decir,
por ejemplo, que nunca,

hasta que decid� lo contrario,
hab�a pensado en dejar la casa.

Podr�a ser claro
y decir incluso que nunca,

ni antes ni despu�s de irme,

pens� que podr�a encontrar fuera
lo que no me daban aqu� dentro.

� Y qu� no te daban aqu� dentro?

Quer�a mi lugar
en la mesa de la familia.

�Por eso nos abandonaste?

�Por no darte un lugar
en la mesa de la familia?

Jam�s los abandon�, padre.

Todo lo que quise al dejar la casa
fue evitarles el disgusto de verme...

sobreviviendo a costa
de mis v�sceras.

Pero siempre hubo pan en la mesa,

y nunca nadie te neg� el derecho
a sentarte con nosotros. Al contrario,

todos dese�bamos que no faltases
a la hora de repartir el pan.

No hablo de ese alimento.
S�lo compartir el pan...

puede ser a veces simplemente
una crueldad.

Su consumo s�lo servir�a
para aumentar mi hambre.

-�De qu� est�s hablando?
-No importa.

-�Blasfemas!
-No, padre, no blasfemo.

Por primera vez en mi vida
hablo como un santo.

Est�s enfermo, hijo m�o.

Unos d�as de trabajo junto
a tus hermanos...

mitigar�n el orgullo
de tus palabras,

devolvi�ndote deprisa
la salud que te hace falta.

No me interesa la salud
de la que me hablas, padre.

Hay en ella una simiente
de enfermedad,

as� como en �sta hay
una poderosa simiente de salud.

Olvida tus caprichos, hijo m�o.

No sirve de nada confundir
nuestras ideas,

no alejes a tu padre de la discusi�n
de tus problemas.

No creo en la discusi�n
de mis problemas.

Ya no creo en intercambiar
puntos de vista.

Estoy convencido, padre,
de que una planta nunca ve a la otra.

Conversar es muy importante,
hijo m�o.

Toda palabra, s�,
es una simiente.

Aunque viviese diez vidas,
los resultados de un dialogo...

siempre ser�an frutos tard�os.

Es ego�smo propio de inmaduros...

pensar s�lo en los frutos
cuando se planta.

La cosecha no es la mejor
recompensa para quien siembra.

Ya nos gratifica bastante
nuestra vida...

haber plantado; hay recompensa
bastante en disfrutar...

el vasto tiempo de la gestaci�n.
Legamos un bien si legamos...

la espera a generaciones futuras.

-Nadie vive s�lo de sembrar, padre.
-Claro que no, hijo m�o.

Si otros recoger�n
lo que sembramos hoy,

estamos recogiendo a la vez
de los que sembraron antes.

As� va el mundo,
as� es la corriente de la vida.

Eso ya no me convence, s� hoy
de qu� es capaz esa corriente:

los que siembran y no recogen,
recogen lo que no han plantado.

De ese legado, padre,
no he tenido mi raci�n.

�Por qu� hacer
que el mundo avance?

Si ya tengo mis manos atadas,
no voy a atar mis pies tambi�n.

Poco importa el rumbo que los
vientos tomen, me da igual.

Da igual que las cosas vayan
para adelante o para atr�s.

Me cuesta creer en lo poco
que te entiendo, hijo m�o.

No se puede esperar de un prisionero
que sirve de buena gana al carcelero.

Ser�a absurdo exigir un abrazo a
quien le amputamos los miembros.

Peor desatino es la vileza
del tullido que,

a falta de manos, recurre a los pies
para aplaudir a su verdugo.

Resulta m�s feo el feo
que consiente al bello.

Contin�a.

M�s pobre el
pobre que aplaude al rico.

Menor el peque�o
que aplaude al grande.

M�s bajo el bajo que aplaude
al alto y as� sucesivamente.

lnmaduro o no, ya no reconozco
los valores que me oprimen.

Me parece una triste patra�a
vivir en la piel de terceros.

La v�ctima ruidosa que aprueba
a su opresor...

se hace dos veces prisionera.

Es muy extra�o lo que escucho.

Extra�o es el mundo, padre,

que s�lo se une desuniendo.

Fundado en accidentes,
no hay orden que se sostenga.

Nada m�s falso que el m�rito,
y no he sembrado yo esa semilla.

�Qu� quieres decir?

No quiero decir nada.

Est�s perturbado, hijo m�o.

-No, padre, no lo estoy.
-�Entonces de qui�n hablabas?

De nadie en particular.

S�lo pensaba
en los desenga�ados sin remedio,

en los que no gimen en vano,

en los que gritan de sed,

ardor,

y soledad.

S�lo en ellos pensaba.

Quiero entenderte, hijo m�o,

pero ya no entiendo nada.

S� que mezclo las cosas
cuando hablo;

me empujan las palabras,
pero estoy l�cido, padre.

Y si hay c�scara en esto,
tambi�n hay grano entero.

Pero me niegas claridad, hijo.

Ya he dicho que no creo
en la discusi�n de mis problemas.

Estoy convencido tambi�n
del peligro de romper la intimidad.

Es fuerte quien enfrenta la realidad,
y estamos en familia,

que s�lo un insano tomar�a
por un ambiente hostil.

Fuerte o d�bil, depende:
la realidad no es la misma para todos.

Yo lo �nico que s� es que
todo medio es hostil...

si niega el derecho a la vida.

No hay hostilidad en esta casa,
nadie te niega el derecho a la vida,

es inadmisible que ese absurdo
te pase por la cabeza.

-Es un punto de vista.
-�No es un punto de vista!

Tu madre y yo hemos vivido para
vosotros, el hermano para el hermano.

Nunca falt� apoyo familiar
cuando hizo falta.

-No me has entendido, padre.
-�C�mo puedo entenderte, Andr�?

Te obstinas en tu rechazo,
y eso tampoco lo entiendo.

�D�nde est� el lugar propicio
para discutir lo que te preocupa?

�En ninguna parte, padre,
menos a�n en la familia!

�Nuestra convivencia
siempre fue dif�cil!

�Usted siempre impuso l�mites!

Dijo usted hace poco
que toda palabra es una simiente:

trae vida, energ�a.

Tambi�n trae una carga explosiva,

el riesgo es grave
cuando hablamos.

�No tomes a la ligera
lo que te digo!

Sabes muy bien que en casa
cuentas con nuestro amor.

El amor que aprendimos aqu�,

tard� en descubrirlo,
no sabe lo que quiere...

y hoy no es m�s que
una piedra en el camino.

El amor no siempre acerca,
padre, tambi�n desune.

Y no es ning�n disparate
decir que el amor en la familia...

...no llega a tanta grandeza!
-�C�llate!

�Basta de extravagancias!
�S� sencillo!

No creo que sean extravagancias.

Aunque ya da igual que diga cualquier
cosa. Si se ven las cosas as�,

�qu� ganar�a ahora siendo
sencillo como las palomas?

�Si dejase un ramo de olivo
sobre esa mesa,

usted ver�a apenas
un ramo de ortigas!

�En esta mesa no hay lugar
para provocaciones!

�Deja de lado tu orgullo!

�Domina la v�bora bajo tu lengua!

�No des o�dos a murmullos
del demonio!

�S� humilde, Andr�,

resp�ndeme como debe
hacerlo un hijo!

�S� claro como debe serlo un hombre!

-Si estoy confuso...
-�Acaba de una vez con esa confusi�n!

-Si evito ser m�s claro...
-�C�llate! �C�llate!

�No viene de esa fuente
nuestra agua,

ni de esas tinieblas nuestra luz!

�No ser� tu palabra arrogante
la que derrumbe...

lo que llev� miles
de a�os construir!

Nadie en nuestra casa ha de hablar
cambiando el lugar de las palabras,

embarullando ideas,
haciendo las cosas polvo.

Pues quienes abren demasiado
los ojos acaban ciegos.

�Nadie en nuestra casa ha de
padecer de un exceso de luz...

capaz de cegarnos,
como la oscuridad!

�Nadie en nuestra casa
dar� nuevo curso...

a lo que no puede desviar!

�Nadie ha de confundir
lo que no puede confundirse:

el �rbol que fructifica
con el que no da frutos,

la semilla que se multiplica
con el grano que no germina,

nuestra sencillez de todos los d�as
con el pensamiento que no produce!

�Por eso mu�rdete la lengua!

�Ninguna sabidur�a disolvente
contaminar� los modos de la familia!

No fue el amor como cre�a,

fueron el orgullo,

el desprecio...

y el ego�smo...

los que te trajeron
de vuelta a casa.

�Ya, Yohana!

�Disculpa a nuestro hijo!

Estoy cansado, padre...

�Perd�neme!

No traigo el coraz�n
lleno de orgullo como piensa,

vuelvo a casa humilde
y sumiso.

Ya no tengo ilusiones,

ya s� qu� es la soledad,

ya s� qu� es la miseria.

Y s� tambi�n ahora
que no deber�a haber dado...

un paso siquiera
fuera de nuestra puerta.

De ahora en adelante ser�
como mis hermanos.

Me entregar� con disciplina
a las tareas que me asignen,

llegar� a los campos de labor
antes de que llegue el d�a,

y s�lo me ir� cuando
el sol se ponga.

Har� del trabajo mi religi�n,

del cansancio mi embriaguez.

Ayudar� a preservar
nuestra uni�n, padre.

Quiero merecer,

con el coraz�n sincero,

todo tu amor.

Tus palabras...

abren de nuevo mi coraz�n,
querido hijo.

Mis ojos se humedecen de alegr�a...

y borran el pesar que causaste
al irte de casa.

Siento una nueva luz en esta mesa.

Por un instante pens�
que hab�a sembrado...

en suelo hollado,

en pedregales,
en un campo de espinos.

Pero no...

Ma�ana brindaremos por aquel...

que estaba ciego...

y recuper� la vista.

Ahora, ve a descansar.

Mi hijo.

Mi querido hijo.

Mi coraz�n.

Mis ojos.

Mi cordero.

La caja...

mi caja.

�Lula!

�Lula!

�Lula!

-�Dorm�as?
-Claro.

�No has visto que estaba durmiendo?

Quer�a conversar
un rato contigo.

-Por eso te despert�.
-�Conversar de qu�?

-He vuelto a casa, Lula.
-� Y?

-Pens� que te alegraba.
-�Por qu�?

-No s�, lo pens�.
-Pues te has equivocado.

Si vamos a hablar as�,
mejor dejarlo.

No deber�as haber comenzado.
Buenas noches.

�Qu� te pasa, Lula?

Quiero hablarte como un amigo,
s�lo eso.

�Qu� pasa?

�Todav�a lo preguntas?

Hace m�s de una hora
que te estoy esperando.

�Una hora, Andr�!

Y ahora me hablas
de amigo.

-No sab�a.
-No lo sab�as.

�D�nde pod�a estar
si a�n no me hab�as visto?

No en medio del pasto,
con los corderos.

Vale, Lula.
Buenas noches.

�Me voy a ir de casa, Andr�!

Ma�ana, en medio de tu fiesta.

Ya no soporto esta prisi�n.

Ya no soporto los sermones
de mi padre ni el trabajo que me dan,

ni el control de Pedro
de lo que hago.

Quiero ser due�o de mis
propios pasos, Andr�.

No he nacido para vivir aqu�,

no me gusta trabajar la tierra,
ni cuando hace sol ni...

...mucho menos cuando llueve.
-�Habla bajo!

�Ya no soporto la vida aburrida
de esta hacienda inmunda!

�Habla bajo, te he dicho!

En cuanto te fuiste, Andr�,

viv�a subido a la cancela...

so�ando con caminos,

esforzando la vista
lo m�s que pod�a.

Yo s�lo pensaba
en tu aventura.

Quiero conocer muchas ciudades,

quiero recorrer el mundo entero.

Voy a cambiar mi morral
por una mochila,

�me volver� un andariego
de plaza en plaza,

cruzando las calles
como un vagabundo!

�Me ir� para no volver!

�No ceder� a ninguna llamada, Andr�!

�Soy valiente,
no voy a flaquear como t�!

��Qu� est�s haciendo, Andr�?!

��Qu� est�s haciendo, Andr�?!

El tiempo,

el tiempo y
sus aguas inflamables.

Ese r�o ancho
que no se cansa de correr,

lento y sinuoso.

""Ay de aqu�l..."",
dec�a el padre,

""que intenta detener con
las manos su movimiento:

ser� consumido por sus aguas.

Ay de aqu�l, aprendiz de hechicero,

que se abre la camisa y lo enfrenta:

ha de sucumbir en sus llamas.""

El tiempo y sus cambios,

presente en cada sitio,

en cada palmo, en cada grano,

y presente tambi�n
con sus instantes...

en cada letra de esta
mi historia pasional,

transformando la noche oscura
de mi retorno...

en una ma�ana luminosa.

Fue as� como Ana,

adornada con las chucher�as
mundanas de mi caja,

entr� a saco en mi fiesta,

atraves� con la peste en el cuerpo
el c�rculo que danzaba,

pero dominando a todos
con su violento �mpetu de vida.

Mi hermana sab�a hacer las cosas.

Sab�a mojar su danza,
embeber su carne,

atray�ndome sin piedad
a una ins�lita embriaguez,

volvi�ndome convulso
y haci�ndome...

ver con sorpresiva lucidez,

mis piernas de un lado,
los brazos del otro,

todas mis partes amputadas...

busc�ndose en la antigua unidad
de mi cuerpo.

�Qu� demonio m�s vers�til!

�No, padre!

�Yohana, no!

�No!

�Yohana!

� Y nuestra familia, padre?

�Padre!

El tiempo es el mayor tesoro
del que dispone el hombre.

Aunque no consumible,

el tiempo
es nuestro mejor alimento.

Sin medida conocida,

el tiempo es nuestro
bien de mayor grandeza,

no tiene principio ni fin.

Rico no es el hombre que acumula...

y se pesa en un mont�n de monedas,

ni el disoluto que extiende
manos y brazos en tierras anchas.

Rico es el hombre
que aprendi� piadoso...

y humilde a convivir
con el tiempo,

acerc�ndose a �l con ternura,

no rebel�ndose contra su curso,

brindando antes con sabidur�a,

para recibir sus favores y no su ira.

El equilibrio de la vida...

reside esencialmente
en ese bien supremo,

y quien atine con la medida
de la pausa o la espera...

que se debe poner en las cosas,
no corre nunca el riesgo...

de buscarlas y
enfrentarse con lo que no es.

Pues s�lo la justa medida
del tiempo...

da la justa naturaleza de las cosas.

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