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(Transcrito por TurboScribe.ai. Actualizar a Ilimitado para eliminar este mensaje.) Esta es la historia de cuatro hermanos, por

ahí toda la vida andando de un lado

para otro.

Yo tengo 90.

Y Antonio 91.

Y tú?

Cumplo dentro de tres días, de día tres,

cumplo 87.

No, 86.

87.

Tengo 86.

Ah, sí, verdad.

Y María Carmen tiene 85.

Si os lleváis muy poco.

15 meses.

Cuatro hermanos y los cuatro dando la lata.

Tú cumples en junio.

Yo de julio.

Julio, 15 de julio.

Pero no sé cuál es mi signo, porque

yo nací en la noche del 22 al

23.

Porque en algunas cosas ponía el 22 y

en otras ponía el 23.

Debí salir en la noche del 22 al

23.

Y cambio de Leo a cáncer.

Y claro, Leo tiene unas cosas, cáncer tiene

otras y yo en medio no tengo nada.

No sé a quién pertenezco.

Yo soy Aries.

Yo soy Aries.

Tú eres Aries, que no es nadie.

No conozco a nadie.

Sí, hay mucha gente.

Es casualidad que las tres personas que a

mí, que les he gustado yo más o

menos, eran todos de octubre.

Pero que no cabe duda que a alguien

les influye.

Si partes un árbol con la luna de

una manera o de otra, la madera que

resulta es distinta.

O sea, a mí me influyen todas esas

cosas.

Bueno, a mi padre es distinto.

Está muy caliente, acabo de hacerlo.

Tómate una galleta, que parece buena.

Está buena.

¿Qué tal?

Y te muerdes encima.

Que no me muerdas.

Que no me muerdas.

Es decir, ¿qué pasa?

Tú muerdes a Curro, tú muerdes a Curro.

Vale, sube aquí que te va a sacar

la foto.

Venga, sube, sube.

Eso está mejor, eso está mejor.

A ver, ¿quieres un té?

Muerde a Curro, muerde un poquito a Curro,

venga.

¿Ves?

A mí me gusta morder, a mí me

gusta morder.

Una sola, ¿eh?

Una sola.

Desde luego hacemos un número.

John, la perra y yo.

Vamos a ir.

Voy yo.

Siempre muy ligera.

Y detrás, unos pasos detrás va John inmenso

y la perrilla blanca.

Todo el mundo nos conoce.

Y además vamos a comer a un restaurancito

que está al lado de eso.

La comida al mediodía, porque si no...

Y le conocen mucho.

Y comemos los dos en el restaurancito.

Muchos días le digo, mira, yo desperdicio toda

la comida porque yo como poco.

Y los platos son inmensos.

El pobre Luis se lleva los platos igual

que entra.

Y por la noche no.

Por la noche me hace la tortilla o

el caldito.

Y ahora estoy sola que me apetece un

montón quedarme sola.

Por la noche no me atrevo a cruzar

hasta el cuarto de baño que está en

la otra esquina.

Vives sola y con miedo.

Y con miedo, pero es un miedo que

no es malo.

¿Cuándo descubriste que había fantasmas?

Yo creía que era mentira porque yo no

oigo.

Pero Isabela me decía, cállate.

Y estaba.

Y un día apareció un murciélago.

Y ya el pavor.

El murciélago.

¿El murmullo?

Espantoso.

¿El murmullo era eso?

No, no.

Yo no lo maté, por supuesto.

Vino una chica a llevarse el murciélago al

día siguiente.

Yo cerré la puerta.

Pesan poquísimo.

Por eso van tan rápido.

Y además pueden ir y volver.

A mí me dio pena porque la mujer

que vino a ocuparse del murciélago era un

murciélago pequeñito, lo tiró por el retrete.

Y me dio mucha pena.

Tú tuvieras esa amiga de él.

Yo volvería enterrado en el escorial donde tengo

mis tumbas.

No, tú hubieras esa amiga.

Tengo a la perra.

Además está todo lleno de flores.

Toda la tumba está llena de flores.

En esta época.

Una maravilla.

Tengo a la perra.

Tengo al pajarito.

Y no me dejó enterrar a la bicha.

Hay que pasar por una capillita.

Y en la capillita yo creo que haya

alguien enterrado.

Te lo subo de verdad.

Porque hay como una lápida que no se

lo cae debajo.

No me atrevo a subirla.

Pero que hay fantasma hasta lo digo de

verdad.

Tengo muchos recuerdos, me acuerdo mucho.

De mi madre, que me dejó con 32

meses.

Solo recuerdo, de espaldas, yendo a un cuarto,

en un pasillo, para coger un frasco que

había.

Porque tenía yo el sarampión.

Y me daban, me fregaban.

Y no recuerdo que había nada más que

la espalda y el pelo por la espalda.

Y entonces yo me acuerdo que en el

cuarto de jugar, en el piso de arriba,

donde teníamos, era para nosotros, con un mule

marrón en el suelo caliente.

Cali, vamos.

Por tanto, siempre en el suelo.

Me acuerdo que yo miraba para todos lados

y se veía que no había nadie, ni

en el pasillo, que me oyera.

Decía, mamá, mamá, mamá.

A ver cómo sonaba eso.

Qué se sentía con eso.

No tenía respuesta.

Pero quería saber qué decía un niño cuando

decía mamá.

Porque le echaba de menos.

Y entonces echaba de menos la respuesta.

Yo me acuerdo, mamá, dándole de mamá a

María del Carmen.

Y yo decía, ¿qué será esto?

Porque, claro...

Pero usted tenía entonces cuatro años.

Claro, pero estaba dándole a mamá y yo

decía, ¿por dónde?

¿Qué será esto?

Y mira que tú has vivido luego eso

una vez detrás de otra con tantos hijos.

El misterio, el misterio.

Y es que te dejó mamá como 15

veces y 30 veces.

Bueno, pues la enfermera siempre me dijo que

ha habido uno, entre Curro y yo, un

aborto.

Y ella también me dijo que mamá estaba

embarazada, hasta de morirse.

Sí, murió porque tuvo una pulmonía y estaba

embarazada y no salió.

La que te cuidaba a ti muchísimo era

Dolores.

Y yo la rezo muchísimo.

Muchísimo.

Y cuando estabas ahora malo, le decía, Dolores,

tú que no los cuidabas tanto de pequeño,

ahora tienes que cuidarlos de mayor.

Gracias.

Y todo lo que sé de mi madre,

de niño, de nacido y de chiquitín, lo

que tuve y lo que me da y

lo que fuera, todo lo que he sabido

de mi vida de niño lo sabía a

través del rol.

Y Dolores era la chacha, la tapa, la

tapa de todos los niños, pero una tapa

muy especial.

Absolutamente entregada a nosotros.

No tenía más familia, ni más nadie que

conociéramos que nosotros.

Contó el historial de mi abuela, mi abuela

y mi madre y nosotros.

Y por lo tanto, la adorábamos.

Es verdad que como todo niño éramos duros

con ella y se nos caía la pelota

al residente.

¡Dolores, cógeme la pelota!

Y la pelota tenía que coger la Dolores

del residente o tenía que cogerla.

Pero los cinco duros que ganaba y los

dedicaba internamente a comprarnos pipas o a comer

galletas o lo que sea, a María Carmen

y a mí, a los que nos sacaba.

Porque María Teresa estaba interna, como he dicho,

y actuaría por su cuenta.

Y yo poder volver a ver a Dolores

y enterarme que se lo pronuncié al abuelo

cuando entró en Madrid después de la guerra

y volvió de Quito y ahí pude llegar

a él a preguntarle ¿y Dolores?

¡Oh, murió, murió!

Parecía que no le había dicho nada, pero

a mí me ocasionó una tristeza tan profunda

que me fui a un escondrijo que tenía.

Era un cuarto residente.

Era un cuarto de té muy curioso, de

manera de caoba.

Era un banco con dos letrinas, actualmente ahora

dos letreros, un mueble muy bonito, donde no

iba nadie y donde yo pasaba horas enteras

imaginando de todo.

Que aquí era la michoza y que el

caballo que tenía le sumaba la cabeza por

una pared y tal cual, le daba su

rienda suelta a la imaginación y me pasaba

horas llorando.

Y horas llorando me pasé llorando a Dolores

y no lo volví a ver.

Me acuerdo cuando en la guerra te sacaron

del colegio y estabas en casa y María

Carmen y yo, que nunca te habíamos tenido,

entonces nos leías cuentos como una madre para

nosotros.

Para que estuviéramos entretenidos, no tuviéramos miedo.

Miedo, rinos, bombardeos, todo.

Me acuerdo que el cuarto donde nos leías

estaba el colchón en la ventana con las

balas.

Y además era muy emocionante porque leías un

libro que no me acuerdo cómo se llamaba,

parecido a Heidy.

Heidy y otra vez Heidy, entonces era Heidy.

Yo iba al colegio a los Augustinos con

Antonio y tenía seis años o algo menos,

cinco o seis años, no seis años tenía,

cuando me dijeron que tenía una lesión de

corazón.

Y esto entonces estuvo muy grave y la

abuela haitiana encima mío me ponía las exigencias

rarísimas y me dijeron que no llegaría al

desarrollo si saldría vivo.

Y me salí vivo.

Pero entonces una temporada, tú estabas en el

colegio, llegaban en brazos de un sitio a

otro.

¿Llevaban en brazos hasta sentarte en la silla

para comer?

Exacto.

Y daba una butaca y yo jugaba en

la butaca con Mickey Mouse que tenía y

otras cosas.

Y luego ya en la guerra empecé a

olvidarse un poco de mí y empecé a

andar.

Entonces es cuando me metieron otra vez con

mucho cuidado que no hiciera nada pero poco

a poco me pusieron hasta una profesora para

que aprendiera a leer.

El profesor siempre, sí.

Cuando fuiste al colegio ya tenías tu...

Cuando volví, cuando pasamos a los regalos fui

al colegio a los mercenarios y me acuerdo

que tenía un miedo terrible porque no sabía

nada.

Y tú me dijiste, si esto es un

pueblo tampoco sabe nadie nada.

Y además han tenido la guerra y tampoco

han tenido colegio hasta ahora.

O sea que este año empezáis todos.

Me animabas mucho.

Y luego la salida de Madrid a Valencia...

En un camión.

Yo te tenía delante porque si vomitábamos porque

estábamos mareados, ¿podés vomitar?

Y era peor.

Llegamos con un bombardeo.

Pilar me dio a mí una maleta para

Tío Pepe, para llevarse a Francia.

Cuando salimos de la camioneta había bombardeo y

dijeron al refugio, al refugio.

Y todos nos metimos al refugio.

Las maletas se quedaron ahí en mitad de

la calle.

Y al salir reconocimos la maleta pero la

de Tío Pepe no, porque no era nuestra

y no la reconocimos.

Bueno, Tía Pilar casi nos mata cuando se

enteró que la maleta no había llegado a

Tío Pepe a Francia.

Y yo me acuerdo que en el refugio

te saqué un poquito afuera así para que

respiraras.

Y cuando estábamos empezando a dormir, segundo bombardeo.

Nos hicieron salir.

Dijimos que no, que no salíamos.

Pero entonces nos dieron la llave, que nos

parecía un vergonzoso.

Y entonces salimos una vez al refugio.

Fue muy corto.

Y por fin fuimos.

Fueron María Teresa, Carmen y Antonio al consulado.

Y yo me quedé con la señora comprando

en el mercado.

Cosa que no habíamos visto en Madrid desde

hace muchísimo tiempo.

Pues un año y medio.

Y en cambio ahí en el mercado de

Valencia todavía se vendía y se compraba fruta,

verdura, pescado, carne.

Algo que nos parecía que sospechaba.

Fuimos al consulado, fuimos a mi padre.

Fue emocionantísimo el encuentro.

Y nos prepararon ya el viaje para Marsella.

Cogimos el Emerit II, que es el barco

que hacía todos los jueves Valencia-Marsella.

no pudo venir con nosotros María Teresa porque

venía como prima que se quedó en el

consulado.

Y nos fuimos para el Carmen a Antonio

León.

A Antonio le dio un calor terrible en

las bodegas.

Estaban acomodadas para literas.

Nos compró por un duro.

Nos alquiló para todo el viaje una sesión.

La primera vez que yo oía llamar aquello

sesión.

Y dormimos en encubierta.

Con lo cual fue muy distinto dormir en

las bodegas.

No me chocó el bar la primera vez

que lo veía pero cuando me sumé al

mar me pareció el estanque derretido.

Por lo tanto fue el puerto, o sea

como el estanque derretido.

Al salir al damar ya no aprecié una

cosa especial.

En Marsella nos recibieron unas monjas que ya

habían recibido a mi abuelo, a mi tía

Carmen.

Y nos tuvimos ocho días hasta que llegara

María Teresa comiendo como no habíamos comido desde

hace más de año y medio, desde la

mitad de la guerra.

Nos traían pan francés de robajas grandes, unos

tacos de mantequilla y unas suculativas enteras, todas

para los ochos la suculatina, un cachito.

Mantequilla, mermelada y tal.

No comprendo cómo nos pusimos malos de pasar

de no comer a comer hasta que se

nos herían por las orejas.

Esperamos a María Teresa y una vez que

llegó nos fuimos a San Juan de Luz

y a Valores, que fue al Puerto, y

de ahí fuimos al queitio.

De ahí colocaron enteras a las chicas y

a Antonio para que no se escaparan al

frente como quería.

Y a mí me dejaron en el queitio

el colegio de los padres mercenarios que era

el que había allí.

Allí hice el ingreso que no había hecho

en Madrid antes de la guerra.

Primero y segundo.

Dos años, pero hice tres en dos años,

considerando que podía.

Y que yo cambié completamente de vida, se

olvidaron de mi enfermedad del corazón, que me

escapaba.

Bueno, me vigilaba mucho que no me escapara,

pero me escapaba.

Los lacarios eran unos palitos que pinchábamos en

la tierra, quitando la nieve y con un

anzuelo, un hilo, un anzuelo y un langusano

y cuando volvíamos había un tordo allí colgado

y nos traíamos los tordos para comerlos.

Y hicimos ya una vida de pueblo, de

chico de pueblo, que corre y tal y

tal y por tanto yo me empecé a

hacer el chaval.

Todo esto me formó.

Aparte de que, como habíamos sido muy piadosos

antes de la guerra con mi abuela, que

nos ponía en su mismo recreatorio para rezar

las oraciones del Espíritu Comunal, y nos hicieron

evidentemente piadosos, tanto María Carmen como a mí

y María Teresa en el colegio.

Pues, yo quise seguir con este tipo de

piedad.

Se lo dije al padre Antonio, que era

un mercedario, profesor nuestro, hombre piadoso también y

estaba un poco a la caza de chicos

que quisieran entrar en el seminario menor.

Entonces le dije que yo quería comulgar todos

los días.

Digo, muy bien, vienes todos los días un

rato antes y te doy a cumplir.

Y me encontré que ya había un grupillo

haciendo lo mismo, con lo cual conservé una

vida realmente piadosa.

En lo razón que era yo pidiendo por

Dolores la chacha que habíamos dejado en Madrid,

más pidiendo por mi situación ahí un poco

solitaria, aunque estuviera con los primos, separado de

mis hermanos y tal, pues me hicieron muy

piadoso.

Y entonces eso me defendió mucho.

Y gracias a Dios, por supuesto, todas esas

dificultades, algunas realmente difíciles situaciones por las que

ahora tendrías a recordarlas, pero cuando las pasabas,

pues las pasabas más o menos moradas, ¿no?

O te sentías más o menos sentimental y

llorabas porque los demás tenían y tú no.

Y lo que recordaba a Dolores, la chacha

que había dejado en Madrid y que yo

le daba por volver a ver que pasara

lo que pasara, pero no lo conseguí.

Cuando terminó la guerra Dolores se había muerto

y además me enteré que había muerto de

hambre.

Estaba una monja en una casa, escondidas y

no había manera de poder alimentarse y parece

ser que murió de hambre.

Y tú tienes también recuerdos de ella estupendos

puesto que siempre rezas.

¿De qué te acuerdas más de Dolores?

De Dolores que me iba a ver al

colegio en domingo, que era la hora de

visitas, con unas chocolatinas y ahora con el

tiempo no se me olvida que debía haberse

agarrado a ella de besos, de todo, dándole

las gracias, y ahora qué poco expresiva estaría.

Pero que no lo olvido jamás.

Ella te recordaba que estabas con cinco añitos

interna y sona y que tenía que ir

a verte.

¡Ay!

En un sitio que dormía en la casa,

aquella habitación, en el pasillo de lona, que

no tenía ni cuarto de baño.

Yo era llorado como a nadie.

Nuestro pequeño mundo, escaleras arriba.

No se olvida nunca.

Tú no lo podías saber, no podías saber

que aquel luminoso día yo me iba a

sentir tan huérfano otra vez.

No, no lo podías saber.

Me dejaste desconfiado en el umbral de una

nueva vida, el velo tan blanco, el alma

estremecida, para continuar solo tu larga y difícil

travesía.

Ya nunca volveríamos a caminar juntos.

Nos habían unido tantas cosas.

Nuestra infancia compartida, aquella casa grande por donde

corría cuanta vida.

Nuestro pequeño mundo, escaleras arriba.

La ausencia infinita que acompañó nuestras frágiles vidas.

El tenerte a mi lado, el crecer juntos

entre tanto abandono.

Los juveniles años, tan llenos de carencias.

La fe intacta, la esperanza alerta, la seguridad

de saberte siempre cerca.

Pero aquel día, aquel día que fuiste para

siempre de mi vida, yo estaba bien apartada

y tú ibas para arriba.

No sé, no sé si volverás para darme

la mano.

María del Carmen y yo hemos tenido siempre

una cierta conexión dentro de los cuatro hermanos

muy íntima.

Tenemos además una facultad de transmisión de pensamiento

como decíamos nosotros, fuerte y auténtica.

Cogíamos un montón de cartas, toda la baraja

francesa y uno pensaba en una baraja de

la que estaba viendo, la pensaba y decía

a la otra que la cogiera y la

cogía.

Y esto se llevó con tanto eso que

siempre decíamos que teníamos una capacidad de transmisión

de pensamiento que se manifestó en esa serie

de cosas.

Pero eso nos unió mucho.

Y todo lo que sabíamos y todo lo

que aprendíamos, tanto lo bueno como lo malo,

nos lo transmitíamos entre nosotros y éramos uña

y carne.

Y así vivimos.

Yo me puse malo del corazón y ella

me cuidaba mucho, tenía mucho cuidado y yo

le contaba a ella lo que sentía.

Y si me dicen que mañana cuando vaya

el médico me dicen que ahora estoy bueno,

pues me salto del liombo.

Y entonces nosotros contábamos.

Y a Carmen, más que eso, a él

me daría vergüenza contarlas.

Pero a Carmen y yo no, nos contábamos

todos.

Y entonces, eso se hace mentira.

Después de 40, 50, 60 años de casados

y de todo el mundo, yo desde hace

noche, da igual, lo seguimos teniendo.

Y cuando terminó la guerra hice el tercero

y cuarto en los augustinos y como habían

matado a todos los profesores y fueron unos

pocos profesores nuevos a iniciar el curso normal

después de la guerra, pues solamente dieron aquel

curso donde hice el tercero y cuarto de

bachiller y a continuación tuve que ir a

Saragantón, el famoso colegio de Saragantón con los

escolarios y donde ahí ya me solté en

todos los sentidos.

Como estudiante teníamos además un profesor muy bueno

que nos llevaba al campo a descubrir las

flores y los gusanillos y las mariposas y

tal.

Era una cosa muy...

una suerte pero tengo que irte del todo

y suelto fui a Barruecos como otro lugar

más de los muchos que fui recorriendo de

colegios debido a que mi padre era militar.

Tuvimos dos años y a los dos años

mi padre enfermó, enfermedad incurable, infección de corazón

de un estriptococcus que no se curaba de

nada y murió y yo fui a Madrid

a morir justo al terminar allí el bachillerato

y todo y me vine a Madrid a

empezar arquitectura.

Como me iba a figurar yo que en

Baeza iba a encontrar a José María a

mi futuro esposo.

¿Y tú por qué estabas en Baeza?

Yo estaba en Jaén y era la feria

de Baeza y entonces yo le dije a

tía Pilar hoy me encantaría ir a la

feria de Baeza y dice, ah pues ahora

mismo se lo digo a tía María y

se lo dijo a tía María, que venga

cuando quiera total que fui a Baeza pero

era la feria y dice tía María bueno

ya sabes María Teresa tú a las 10

en casa ¿eh?

Y dice Agustín que estaba, pero madre ¿cómo

va a estar en una feria a las

10 en casa?

Si será más o menos cuando empieza la

feria.

Dice yo me encargo de ella y yo

la traigo y me encargo de ella.

Pues sí, pero no lo volví a ver

en la feria y estando en el casillo

en un baile, entró por una puerta un

caballero muy bien puesto y digo, oye a

mis amigas oye, ¿ese quién es?

Dice, no, no lo conoces se llama José

María de los Ríos y yo, pues presentármelo

bueno, ya desde entonces íntimos amigos me fue

a ver a Jaén cuando ya volvía a

Jaén, pero tía Pilar no lo dejaba por

la noche entrar en casa y por la

reja de la ventana del despacho de Tío

Pepe así hablábamos Los típicos eran de Lucía

Fíjate, por la reja del despacho de Tío

Pepe que estaba en el patio y el

despacho y así, él ya había acabado su

carrera de navales y ya se iba destinado

a Cádiz y claro, yo ya cuando fui

a Madrid, pues él me iba a ver

a Madrid cuando podía y así, y antes

del año nos casamos Fuiste a la noche

y entonces es cuando él me dijo, ¿tú

qué vas a hacer?

Y yo decía, me soñaba de caminos como

Tío Pepe Y me dijo, yo te enseñaría

una cosa